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Mientras cepillo el pelo oscuro y
sedoso de mi hija ante el espejo
veo el canoso resplandor de mi cabeza
la sirvienta llena de canas que está por detrás. ¿Por qué será
que justo cuando comenzamos a marcharnos
ellos llegan, las dobleces del cuello
haciéndose evidentes mientras que los delicados huesos de sus
caderas se afilan? Mientras mi piel muestra
sus marcas resecas, ella se abre como una flor
pequeña y pálida en la punta de un cactus;
cuando mis últimas oportunidades de concebir un hijo
se me escapan por el cuerpo, restos inútiles,
su bolsa llena de óvulos, redondos y
compactos como yemas de huevo duro, está a punto de
hacer saltar su broche. Le cepillo el pelo enredado
y fragante a la hora de acostarse. Es una vieja
historia –la más antigua que existe en la tierra-
la historia del testigo.
Nota: La traducción es de Juan José Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas. La fotografía, de Levan Kakabadze, tiene su enlace en:http://levankakabadze.com/photos/cat/39
Mientras cepillo el pelo oscuro y
sedoso de mi hija ante el espejo
veo el canoso resplandor de mi cabeza
la sirvienta llena de canas que está por detrás. ¿Por qué será
que justo cuando comenzamos a marcharnos
ellos llegan, las dobleces del cuello
haciéndose evidentes mientras que los delicados huesos de sus
caderas se afilan? Mientras mi piel muestra
sus marcas resecas, ella se abre como una flor
pequeña y pálida en la punta de un cactus;
cuando mis últimas oportunidades de concebir un hijo
se me escapan por el cuerpo, restos inútiles,
su bolsa llena de óvulos, redondos y
compactos como yemas de huevo duro, está a punto de
hacer saltar su broche. Le cepillo el pelo enredado
y fragante a la hora de acostarse. Es una vieja
historia –la más antigua que existe en la tierra-
la historia del testigo.
Nota: La traducción es de Juan José Almagro Iglesias y Carlos Jiménez Arribas. La fotografía, de Levan Kakabadze, tiene su enlace en:http://levankakabadze.com/photos/cat/39
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