COSAS DEL PALO
Según
Retaco, el personaje principal, dos cosas similares son dos cosas del palo. Se pasa el día en el
instituto, preparando exámenes, entre profesores, entre amigos, aprendiendo
entre otras cosas que los periódicos
deportivos solo enseñan a no saber perder.
No me
queda claro si enseñanzas regladas y equipos de fútbol profesional son cosas
del palo. Las personas están más bien hechas para la derrota y el deporte de alta
competición para una victoria artificialmente obligada. A unos les va bien, a
otros les va peor. En el día a día de La
inmensa minoría, cada cual, independientemente de su juventud, intenta
deshacerse de esa derrota escrita en un entorno social deprimido, de una manera
muy distinta.
Tiene
un punto el libro de Miguel Ángel Ortiz que me ha hecho mezclar conscientemente
su lectura con la de otros dos pares de novelas. El primer par corresponde a
Pasolini: Chavales del arroyo y Una vida violenta. Los libros de
Pasolini y no la cercana fecha del aniversario de su asesinato en Ostia. Mezclarlas
para comprobar un cierto parecido entre el mundo de los alrededores de dos
grandes ciudades, entre el mundo del subproletariado romano y el barcelonés y su
gusto por describirlo tan sin complejos como Pasolini. Juegos de cartas en
lugar de juegos de móviles, medios litros de vino en lugar de esos culos de cervezas
que alguien no apuró, putas romanas por putas rumanas, cines por televisiones, derribos
de chabolas en la misma línea que los desahucios ejecutados por bancos,
bomberos y policías, chicos nacidos en los treinta y cuarenta en lugar de chicos
y chicas nacidas en los noventa. ¿Todo sigue igual? No todo, no el sistema
escolar universalizado, ni las comunicaciones que simboliza la Torre de
Comunicaciones de Montjuich, ni el sistema de alcantarillado, ni la periódica recogida
de basuras, pero sí unas cuantas
estructuras económicas y sociales, sí la posición que ocupan los humillados, los
que trabajan manualmente cuando no ganan lo suficiente o no trabajan, los mendigos,
aunque ahora duerman a los pies de un cajero automático. No hay tuberculosis,
pero hay sida, drogas y chicos que reniegan de sus padres de un modo distinto a
como unas cuantas décadas y una posguerra antes lo hacían los más jóvenes.
Sin
embargo La inmensa minoría no es
Pasolini, aunque recuerde a él. Como dice Joubert el efecto de las bellas artes tiene como único mérito…el de hacer
imaginar almas por medio de cuerpos. La
inmensa minoría consigue este efecto habitualmente. Pasolini, en más
contadas ocasiones y páginas. Pasolini es más externo, es más entorno; Miguel
Ángel Ortiz, más íntimo.
La inmensa minoría
tampoco es un trasunto del otro par de novelas, las conocidas, juveniles y
exitosas de Susan E. Hinton: Rebeldes y
La ley de la calle. No son novelas
del palo. Sin embargo, la escritora nacida en Tulsa apunta en algunos momentos
en una dirección que me interesa igualmente, cuando habla de las pandillas. Cuando estás en una pandilla, defiendes a
cualquier miembro. Si no das la cara por ellos, si no permaneces unido, si no
actúas como hermanos, ya no es una pandilla. Es una manada. Una manada
enmarañada, desconfiada, venga a reñir, como los socs en sus clubs o las bandas callejeras de Nueva York o los lobos en el
bosque. Habría que recordar que socs
es la abreviatura de socials, la
clase alta, los niños ricos del West Side que, muy al tanto de no mostrar su
verdadera personalidad, rivalizan con los greasers,
los chicos del East Side. Habría que recordar que existe un conflicto continuo
en la sociedad y que no es solo una cuestión de dinero lo que diferencia a unos
de otros. Es una cuestión de sentimientos, unos no sienten nada y otros lo
sienten todo con demasiada violencia.
Retaco
sabe bien dónde colocar los suyos. Yo no
hubiera querido nacer en ningún otro barrio de Barcelona…Me gustaba vivir allí
con lo bueno y con lo malo. En mi barrio, la gente era de verdad. Con sus
defectos… La violencia…no es el peor de los sentimientos de ese barrio.
Sin
embargo, hay escritores que bien podrían definirse como socs o como greasers,
hay quienes creen que la cultura es un jardín y hay quien piensa que es más un
campo de batalla. La relación que tienen con la literatura es muy distinta, es
lo que Marta Sanz reproduce en voz de Ignacio Echevarría. Desmonta la falsa
pérdida de centralidad por medio del arrinconamiento de los escritores y la
sustituye por la progresiva
insignificancia a la que viene reduciendo su mansa adaptación a las condiciones
creadas por la sociedad de consumo. Este fenómeno, argumenta, ahora Marta
Sanz, presenta un curioso síntoma: más
allá de la censura ejercida por el rodillo del mercado, en la literatura no se
practica una censura ideológica que quizá sí puede detectarse en la televisión.
Y un poco más adelante sin salirnos de No
tan incendiario podemos leer: La
censura se aplica a lo que importa, a lo que repercute, a lo que trasciende. Lo
literario ya no le importa a nadie.
Evidentemente,
Marta Sanz está generalizando. Hay escritores a los que sí que les importa lo
literario. Y lo sienten violentamente. Este libro es una prueba de que ni todos
los escritores no todos los libros son cosas del palo. ¿Son las series
televisivas, por el mero hecho de representar narrativas densas que exigen
cierto grado de atención, las nuevas novelas? No, yo diría que no. Y, en
cualquier caso, daría igual, porque seguimos necesitando un tiempo para
reflexionar que la televisión no nos concede y la novela sí. Necesitamos pensar,
necesitamos pausa, necesitamos que el medio campo pare el juego del equipo
cuando recupera el balón. Sobran los defensas, sobran los delanteros, los
porteros, los árbitros. No podemos seguir perdiendo partido a partido, siempre
corriendo detrás del balón.
Nota: Las fotografías son de Bleda y Rosa
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