Cuando los escritores escriban
libros sobre el cautiverio, deberán describir los retretes y meditar sobre
ellos. Solo eso. Eso bastará. Describir concienzudamente los retretes y a los
hombres en los retretes. Si los escritores son tipos serios, se detendrán aquí.
Porque es lo esencial, el rito supremo, el símbolo perfecto. Pero dado que ya
sabemos cómo son los escritores, tendrán miedo de no parecer bastante
distinguidos. De no resultar bastante viriles. De no ser bastante decorosos. No
hablarán de los retretes. Hablarán del aprendizaje de la experiencia, de la
regeneración a través del sufrimiento. O bien de la energía espiritual, como
ese gilipollas que le envió una carta a monsieur Valéry. Una idea rara que
tuvo. ¿Qué ayuda se puede esperar de un viejo seco, sutil y oficial, tan
perfectamente ajeno a las trivialidades del sufrimiento real? El gran hombre
respondió. Vi su respuesta: veinticinco líneas mecanografiadas y su firma
autógrafa. Todo ello para decirnos que se alegraba de saber que la energía
espiritual nos sostiene. Y es verdad que debió satisfacerlo. Calmarlo,
reconfortarlo. Porque es a lo que se dedica, a la energía espiritual. Y cuando
la energía espiritual funciona, todo funciona…El problema es que la energía
espiritual es algo que se pone en los libros. No existe. No hay manera de
pronunciar esas dos palabras sin que den ganas de reír. Aquí, en los retretes.
Georges Hyvernaud – La piel y los
huesos
La traducción es de Manuel Talens.
La imagen es de Pablo E. Piovano
y corresponde al ensayo dedicado a los costes humanos que el glifosato, un
potente herbicida prohibido en 74 países, aunque no en Argentina, está produciendo
en Colonia Alicia Baja, Colonia Aurora, provincia de Misiones.
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