domingo, 11 de enero de 2009

Elio Vittorini: Cerdeña como una infancia

Supongo que esta Cerdeña es lo que ni Berlusconi ni Briatore buscan en ella: Es decir, llanuras de trigo cortado, bosquecillos de chumberas, y casas en hileras torcidas: sencillez.
Vittorini distinguió entre obras, las suyas, alumbradas por el simple “placer de escribirlas” y obras que le costaban “sudores fríos”. Normalmente, en el segundo caso, la subida de temperatura se debía a la complejidad de la obra que llevaba entre manos.
El viaje fue una constante con la que disfrutó a la hora de escribir. Otra más, el no aceptar los límites que separaban la poesía de la narrativa. Según él –y otros “solarianos”-, salvo excepciones, solo americanos como Hemingway o Faulkner estaban rescatando la novela del intelectualismo, a sotavento de la poesía.
Así que, cuando uno empieza a leer este libro reconoce alguna influencia de estas ideas renovadoras, de ese intento de superar las actitudes nacionalistas de la literatura italiana.
¿Será la sencillez parte de la vuelta a cualquier infancia, a cualquier literatura sencilla? ¿Será que la Ortigia de Siracusa también era en los años treinta -tan cercanos al Crack- una isla y una ciudad de marineros y campesinos y, con un padre ferroviario, solo vivía allí cuando él tenía vacaciones y la añoraba? Quizá. Tal vez, que la infancia no se recupera nunca. Por lo que cuenta Vittorini, el resto del tiempo lo pasaba en pequeñas estaciones rodeadas de desierto. También algo de eso, de recorrido de línea, tiene este libro pequeño.