domingo, 29 de marzo de 2009

Andrés Trapiello: Capricho extremeño




Imbécil. Yo era el imbécil que creyó pensar el primero una selección de textos en los que Las Viñas (Trujillo) aparecieran como telón de fondo. Yo era el imbécil que no sabía que ya lo habían hecho Miguel Ángel Lama, Fernando T. Pérez González y Julián Rodríguez. Yo soy el imbécil que piensa que alguien trabajará en futuras ediciones con índices onomásticos. Para buscar a Pla, para buscar a Larra, para encontrar sin buscarlos a Cervantes, Machado, Unamuno. Para buscar a Miguel el Loco.
Yo soy el imbécil que espera otro nuevo capricho. Supongo que, mientras llega, cada uno de los lectores de Trapiello, imbécil o no, podrá confeccionar el suyo.



Del Preludio. Cierta Semana Santa…los Pancho Ortuño y Charo Mirat nos invitaron a pasar unos días en un viejo caserón que tenía la familia de esta última en Las Viñas.
…un día la casualidad quiso poner delante de nosotros un viejo lagar…

No soy un hombre viajero. Si viajo fuera, me gusta ir a las mismas ciudades. Es de lo que peor anda España, de parises, de romas, de venecias, de lisboas…En cambio…aún gustándome mucho otros campos, ninguno cambiaría por este rincón de Las Viñas.

…mis diarios…están hechos de muchas cosas…fragmentos íntimos, relatos, aforismos, divagaciones urbanas, contemplaciones rústicas, que se mezclan y combinan buscando un estudiado ritmo, no solo de la prosa, sino del conjunto…

Del Diario…los novelistas he visto yo que tienen que ser gentes con pocas entrañas, como los médicos, es decir, sujetos que salvan a éste o al de más allá, pero cortando por lo sano, piernas, capítulos, vidas. Sin consideración ni miramientos, sorteando la gangrena.

…la alegría es un logaritmo de aplicación universal…

NOS hemos levantado temprano, y estaba todo cubierto por la niebla, campos y hacienda… Si hubiera instalado ya, como está previsto desde hace tres años, el reloj de sol en el jardín con su leyenda “Solo marco las horas apacibles”, un día como hoy no existiría, porque lleva todas las trazas de ser un día sin horas y vacío.

A MEDIDA que pasan los años, las cabalgatas de Reyes se van transformando. R. decididamente ya no cree en ellos y G. está tan pendiente de R., que se olvida incluso de lo que a él pueda ilusionarle…a partir de ahora todo se alejará más dulcemente hacia ese lugar en el que la felicidad es otra más de las convenciones sociales.

A la clase más corriente de melones, con la corteza con manchas verdes y amarillos sucios, se les llama aquí “de piel de rana”. Esa es la mirada creadora del pueblo, de la que brota, de la que “salta” sin esfuerzo una greguería, una imagen, un símbolo.

La memoria tiene siempre el membrete de las cosas insignificantes, que importan poco al mundo…con cañamones y altramuces la memoria vive cien años.

…las casas, a diferencia de las personas, nunca quedan huérfanas, sino viudas.

Suenan a lo lejos las esquilas del rebaño como se oyen en los poemas agropecuarios que ponen tan nerviosos a los críticos de la literatura del día.

Cuando no quede en España nada de la España de Cervantes, quedarán los nombres de los pueblos.

ANTES de salir el sol nos levantamos para eso, para ver salir el sol.

ESTA mañana me advirtió el lagarero que no pisara las matas de pepino del huerto. Son unas matas bajas, que extienden largos brazos pegados al suelo. Si se pisan, los pepinos amargan…Es decir, que el pepino es, de todas las cucurbitáceas, y pese a su aspecto ridículo, la más humana.

Alguna vez la gente me dice: “Todo eso que sacas en tus poemas, en tus libros, es una antigualla, eso ya no tiene que ver con este tiempo de ahora”. Para algunos se conoce que el que no habla de los tubos de escape de las motos, ni de semáforos o de taxis nocturnos es un ser anticuado, pasado de moda.

Las historias que suceden una vez es porque ya han sucedido y seguirán sucediendo. Ese es el principio de la literatura, que está hecha no tanto de casos excepcionales, sino ordinarios y repetidos.

Subimos a un monte al que hace setenta años bautizaron como el Gurugú seguramente algunos quintos de los de África. En muchos pueblos hay un Gurugú como éste, el monte más alto del lugar.

Es imposible hacer sentir la naturaleza a quien no vive dentro de ella. Sólo aquí, o desde aquí, aunque sea a cientos de kilómetros de distancia de este lugar, tiene sentido decir hierba fresca, pino, monte, nube.

¿Qué es esta tristeza que gira y gira?

Notas:
La edición, selección y epílogo de este Capricho extremeño, confeccionado con los seis primeros “Salones” de pasos perdidos, son de Miguel Ángel Lama, Fernando T. Pérez y Julián Rodríguez
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