lunes, 19 de enero de 2009

Annie Ernaux: La ocupación



En una entrevista con Javier Rodríguez Marcos, Annie Ernaux explica que, después de mucho emborronar papeles, dio con una “forma llana, natural” de hacer literatura. La misma “que empleaba en otro tiempo para escribir a mis padres y contarles las noticias más importantes”. Entonces, mientras ella estudiaba en la universidad, su padre trabajaba en una obra. Por eso, por su origen, y porque así lo define ella, su escritura es una auto-socio-biografía, una etnografía de sí misma. Me interesa esta literatura del yo. Según parece “lo íntimo siempre es algo social. Es inconcebible un yo puro en el que los otros, las leyes, la historia, no estuvieran presentes”. Y, según lo leído, esto que copio es un ejemplo de ello:

Fui a hacerme un test del sida. Se ha convertido en una costumbre semejante a aquella de confesarme que tenía de adolescente, algo así como un rito de purificación. (pág. 85)

El libro no es más, ni menos, que el relato de una victoria. De una victoria frente a los celos surgidos cuando la pareja de la narradora conoce, tras una ruptura amorosa que ha provocado ella misma, a otra mujer. La mujer, el averiguar quién es esa mujer que la ha sustituido, se convierte de pronto en su ocupación, en su única ocupación; y la escritura avanza hasta que vence los celos. Muerto el perro, como se dice, se acabó la rabia. Y el libro.
En mi caso, su lectura ha venido marcada desde la primera página por no haber podido –no haber querido, mejor dicho- evitar la comparación con un cuento de Cristina Grande: Sequoia, de La novia parapente, ese que dice:

En qué punto metí la pata, me pregunto todo el rato. A mi mente sólo acuden fogonazos. Imágenes nítidas de la botella de Gran Duque de Alba casi vacía. Y de su polla quieta como un tronco de sequoia petrificado.

La aragonesa, como siempre, irónica y la francesa escribiendo “a cuchillo”, y haciendo sentir casi idéntico. El párrafo de La ocupación que me hizo recordar la madera de Cristina Grande, es el que sigue:

El primer ademán que hacía yo, al despertarme, era cogerle el sexo, que le había enderezado el sueño, y quedarme así, como aferrada a una rama. Pensaba: “Mientras esté agarrada a esto no estoy perdida en el mundo.” (págs. 9 y 10)

Me pregunté qué tenían de común estos escritos, más allá del pene en sí, qué tiene el humor que no tiene la comicidad cuando leemos. Ahora –cuando estoy a punto de copiar uno de Leonardo Sciascia-, me pregunto además por qué esta cadena de textos.

Si alguien se resbala nos provoca quizá la risa porque nos consideramos superiores; somos estables y no resbalamos. Mientras que el humor es precisamente este tener presente al contrario. Es decir si yo, a través de esa persona que resbala, experimento el sentimiento de que yo también estoy a punto de resbalar, entonces nos encontramos en el reino del humor y no en el de la comicidad.

¿Porque me rondaba la cabeza Sciascia y aún no había encontrado un ejemplo que explicara su idea? Quizá.
En cualquier caso, siguiendo la premisa del siciliano, Secuoia equivale a ponerse en el lugar del que cae de un árbol; La ocupación, en el de un leñador que muestra los callos tras derribar ese mismo árbol al que se había subido para guarecerse de la lluvia.