sábado, 29 de agosto de 2009

Karmelo C. Iribarren: La ciudad


Los niños, que se tiran contra el azul de los azulejos, caen sobre el agua de la piscina. El socorrista vosea su argentino al decirles cómo lo tienen que hacer. Hay que mirarse la barriga en el aire, al extender los brazos. “Si se miran la barriga, no les dolerá, compruébenlo”. Eso hago yo en el césped: mirar mi barriga y el libro, otro libro de una serie de poetas del Cantábrico que voy leyendo.
No miro, pero escucho las explicaciones del chaval de rizos rubios y me acuerdo de Mario Merlino, lo que tampoco es mucho. Pero sí una forma de pasar de puntillas por otro tipo de dolor, una forma de imaginarme el mar.


TU PADRE SE HA IDO DE VIAJE

Yo estaba meando
cuando me dieron
la noticia.
Tenía 7 años.
Se me acercó un chaval
por la espalda
y me lo dijo.
Así de fácil.
Luego me llamó el cura
a su despacho
-el mismo que se encerraba
los domingos
con el vino
los pasteles
y la madre
superiora-,
y me soltó el rollo de rigor.
Que mi padre
no se había
muerto de verdad,
que en realidad
sólo se había ido de viaje,
y que algún día
volveríamos
a vernos
a la vera de Dios.
Recuerdo
que lo de la vera
me dejó un poco mosca,
pero no dije nada,
por si acaso.
Me quedé quieto,
allí,
en silencio,
esperando…,
hasta que de repente
el cura
me agarró por los hombros,
y me miró un rato
a los ojos,
y me dijo que tenía que ser fuerte
en adelante
y portarme como un hombre
y no llorar.
Y que me fuese
a jugar al patio.
Al día siguiente
enterraron
a mi padre.
Y esa misma tarde,
en la iglesia
de mi barrio,
otro cura le llamó polvo,
siervo,
finado,
y no sé qué chorradas
más.
Lo cierto es que acudió
mucha gente.
Y que mis tías
me acariciaron la cabeza
varias veces.
Y también
que le hice caso
al cura, y no lloré.
Esa fue toda
la historia.
Sólo añadir
que mi padre fue un buen
tipo,
un buen tipo
sin suerte.
Y que ni siquiera
tuve tiempo
de quererle.


Nota: La imagen es de Gonzalo Juanes y la encontré en la siguiente dirección:
:
www.flickr.com/.../discuss/72157612446181021/