domingo, 3 de mayo de 2009

Lucette Destouches y Véronique Robert: Céline Secreto


Unos apuntes sobre un libro que se lee suave como un cuchillo afilado que raspa mantequilla tibia y salada. Más o menos, esa me parece la relación que equilibraron Céline y Lucette Destouches. Esta es, entonces, la biografía sincera de un cuchillo contada por una barra de mantequilla. Confidencia sin confitura. Un libro que ella podría haber titulado Lucette secreta, porque todavía lo es más que Céline.



Sé que si personalmente tengo algún interés es porque, un día, mi vida vino a coincidir con la de Céline […] Si lo comparásemos con una función teatral […] diría que se trata de una […] simple sirvienta, no de un papel protagonista.

Los sentimientos humanos no se pueden fabricar, sino que se tienen sin saber por qué […] Entre nosotros hubo una atracción física muy fuerte y, luego, nos convertimos en cómplices.

Desconfío de los sentimientos amorosos que se manifiestan demasiado. Las palabras lo estropean todo.

La primera guerra había partido por la mitad a un hombre, dejándole con un solo oído, un solo brazo y una cabeza en ebullición. La prisión acabó con él [...]
A partir de un grado de sufrimiento, el soporte que son las palabras se desploma y no queda nada que decir.
Lo mismo que les sucede a los verdaderos pobres, que nunca se quejan, no piden nada y se esconden.

Céline solía decir: “Entre un actor que representa a Napoleón y Napoleón, solo uno es Napoleón”.

Céline era, ante todo, un artesano. Construía un barco que fuese capaz de navegar y eso era todo. No le importaba lo que pudiera hacerse o decirse […] Las expresiones propias de los literatos representaban lo que él más detestaba. Todo lo encontraba ridículo: “Yo te hago un favor y tú me haces un favor. Yo te adulo y tú me adulas…”

Hoy, mi posición acerca de sus tres panfletos […] es muy firme […] He prohibido su reedición […] Tengo claro que a largo plazo ya no podré hacer nada.

Le gustaba mucho que le contase mis conversaciones con los taxistas. Para él, la vida estaba en eso.

Nunca quiso que dependiera de él. Me decía. “Cuando no se tiene dinero, no se tiene derecho a abrir la boca”.

Desde siempre sometía a mi opinión cada frase, leyéndome lo que acababa de escribir. Yo era la única auditora de su trabajo y he conservado en el oído la música tan
jazzy que emanaba de él.

Todo lo que se diga de Céline son pintadas en un muro, pero el edificio se mantiene en pie.


Notas:
La fotografía es de Bernard Lipnizki y se puede visitar en el enlace http://www.roger-viollet.fr/

La traducción es de José María Solé Mariño.