viernes, 27 de febrero de 2009

David González: Algo que declarar

Algo que declarar. Miedo. Cada vez que va a tomar un avión, recuerda cuando su hermano vio aquellas hileras de chalets adosados -y “retocados”- y dijo que sus dueños tendían al chavolismo. Él espera que los aviones sigan esa misma tendencia y duren mucho sin caer del cielo, que sirvan para levantar el negocio de piezas de un desguace cualquiera, que su chapa sirva para construir chavolas.

Algo que declarar

Levante los brazos.

Entonces registró mis bolsillos.

Encontró cigarrillos, lápices,
un librito, una china, un mechero,
un Pen Drive de 512 MB
Y tres monedas de dos euros.

Me miró fríamente a los ojos
Y me preguntó si tenía algo más.
Algo más que quisiera declarar.
Le dije que creía que un pañuelo.

¿Tiene algo en los zapatos?

Mis pies.


Nota 1: Este poema estaba dentro de La habitación enorme, una novela de e.e. cummings. David González lo sacó.
Nota 2: La fotografía es de Simon Norfolk.

jueves, 26 de febrero de 2009

Fleur Jaeggy: El ángel de la guarda

Empeñada. Está empeñada en que no se reedite este libro: una obra de teatro.
Diario. Jane y Rachel son las protagonistas. Niñas. Hermanas. Cerebro prematuramente mecánico. Temas fundamentales en su fría conversación. Una cierta glacialidad también revela sentimientos. Estas frases pertenecen al diario de una suicida. Jane pasa las páginas una a una. Su cerebro las tritura.

9 - Este año también soy la primera de la clase.
10 - No pienso en competir.
13 - El cerebro es un parásito.
15 - Encuentro inútil escribir en el diario.
16 - Escribir es aún más efímero que hablar, no hay nada más efímero que el darse cuenta.


Nota 1: La fotografía, de Gabriela Lacob, la he encontrado en el Blog SHANGRI-LA
Nota 2
: La traducción es de Mariano Solivellas.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Julio Ramón Ribeyro: Prosas apátridas

En contra. De los números redondos. De conmemorar (y solo eso) los 200 de Darwin, Poe y Larra. De las patrias. De las batallas.
A favor. De estas frases redondas, entre 200 Prosas apátridas.


13. Dentro de nosotros hay como una oficina meteorológica que emite cada mañana su parte sentimental: estaremos contentos, sufriremos, cólera al mediodía, etc.

70. Podemos concebir un espacio sin tiempo, pero no un tiempo sin espacio. El tiempo necesita de las cosas para existir. En un universo absolutamente vacío el tiempo no existe. El tiempo es así una cualidad del ser…El tiempo no puede almacenarse.

72. Literatura es afectación…Tanto más afectado que un Proust puede ser un Céline o tanto más que un Borges un Rulfo. Lo que debe evitarse no es la afectación congénita a la escritura, sino la retórica que se añade a la afectación.

76. Cenando de madrugada en una fonda con un grupo de obreros me doy cuenta de que lo que separa lo que se llama las clases sociales no son tanto las ideas como los modales…La importancia de los modales es tan grande que los que en mi país se llaman los huachafos tratan de saltar de una clase a otra, no mediante un cambio de mentalidad, sino gracias a la imitación de los modales, sin darse cuenta, como lo hacen los arribistas, que lo fácil es copiar las ideas, puesto que son invisibles, y no las maneras.

86. Al escribir, en realidad, no hacemos otra cosa que dibujar nuestros pensamientos…gracias a una treintena de figuras que se fueron perfeccionando hasta constituir el alfabeto.

93. Han tenido las mismas experiencias, leído los mismos libros, sufrido casi las mismas desventuras, incurrido en los mismos errores. Pero serán ellos quienes escribirán los libros que yo no pude escribir.

112. Lo importante no es que Leonardo haya producido La Gioconda sino que la especie haya producido a Leonardo.

161. Costumbre de tirar mis colillas por el balcón, en plena Place Falguière, cuando estoy apoyado en la baranda y no hay nadie en la vereda. Por eso me irrita ver a alguien parado allí cuando voy a cumplir este gesto.”Qué diablos hace ese tipo metido en mi cenicero”, me pregunto.

198. Quedarás tú, como tus libros, lleno de erratas.



Nota: La fotografía es de Bleda y Rosa, de la serie Campos de batalla. Calatañazor, en torno al año 1000.

lunes, 23 de febrero de 2009

Elena Román: A propósito de los cuerpos

Berma. Se encuentra en los márgenes, en los bordes de una carretera. Es el espacio entre la cuneta y su arcén. Por ella corre la lluvia y la orina de los que no aguantan más. Aunque no llegue a tejado, viene a ser el alero de un tejado a ras de suelo.
No he consultado ningún diccionario: se me ocurre al intentar decidir si los textos de Elena Román son poesía, cuento, aforismo o una mezcla de los tres. Poco me importa.
Me siento, me leo los treinta textos de una sentada y me levanto para apagar la luz: puro ejercicio gimnástico. Negarle el veredicto a los fluorescentes, y no tocarme, es todo lo que necesito para imaginar ahora que tengo un cuerpo de atleta.



El careto

Lo vas a poner. Lo estás poniendo, contorsionando cada centímetro de tu rostro hasta configurar el careto. No es tu cara: es el careto tuyo, óvalo entrenado para explotar de furia. Los ojos brillantemente estreñidos, la frente como acordeón o pila de ropa sucia, las cejas cayendo en paracaídas, la nariz amenazando estocadas, las mejillas con asas, el flequillo carcelero, los labios semicerrados mostrando un acceso angular a la cueva del colmillo, las orejas de punta, la barbilla celulítica. La belleza te vende barato, barato. El vinagre te imita. Lo más insignificante te sirve de excusa para amargarte / amargarnos el día. Que no cunda el pánico. Despejen la zona. He aquí el careto, tus maneras de quedarte a solas.


Del cuello a la nuca hay una sombra

La sombra del cuello es una nuca. La sombra de una nuca es la sombra de una nuca. El cuello que se gira obedece a los ojos. El cuello que se estira obedece al ego. El cuello que vibra obedece a la sequedad. La sombra del cuello es, realmente, el tiempo perdido; metafóricamente, es un artículo descatalogado, o más metafóricamente aún, el pomo debajo de la puerta. En casa del asesino no se puede mostrar la yugular ni el afecto. Un collar es fría caricia que decora. Una nuca nunca anuncia nada nuevo. Rezagada, detrás de la idea, se consuela pensando que, al menos, tiene sombra propia.



Nota: La fotografía es de Richard Avedon.

sábado, 21 de febrero de 2009

Erri de Luca: Motedidio

Energía. Para empezar, tengo que admitir que, desde que leí El contrario de uno, Erri de Luca es una debilidad literaria, aunque no solo eso. De hecho, también siento debilidad por su persona. En una entrevista, dijo: El hecho de escribir antes o después de la jornada laboral me daba una satisfacción diaria: una parte de mis energías me la quedaba para mí, no la vendía. Esto que cuenta ocurría aún en 1996, siete años más tarde de que hubiera aparecido su primera obra. Entonces, tenía cuarenta y seis años, y seguía poniendo ladrillos con las manos que escribían por las noches.
¿Qué admiro de él? Que no haya considerado nunca la escritura como un trabajo. Era todo lo contrario, la parte de cada día que salvaba para mí, nada con lo que promocionar su ego. Y, además, me gusta que lleve pantalones vaqueros gastados, con el dobladillo descosido y visto -como si todavía creciera-, y un reloj de plástico en la muñeca sin rubor.
La paradoja de algunas personas con energía es que necesitan gastar energía para sacar la mejor parte para ellas, como el reverso metálico e indispensable de la misma moneda. Me gusta pensar que esa mima energía sobrante es la que hoy le lleva a practicar montañismo, aunque diga que la razón está en que, traductor, agnóstico y enamorado de la Biblia, mientras asciende, piensa en Noé, Moisés y Abraham. De todas maneras, la Biblia le interesó porque no tenía nada que ver con una literatura de mercado. La literatura siempre quiere acercarse al lector, cautivarlo. A esas historias parecía que no les importaba el lector.
Admiro a los escritores que no les importa el lector, admiro esa independencia. La independencia es uno de los sitios de donde un escritor puede sacar su energía para escribir algo que interese a ese lector sin importancia. Al menos, que le interese a un lector como yo.
Montedidio es una de sus novelas que más he disfrutado. Copio uno de sus fragmentos. También tiene que ver con la energía invertida en el trabajo y fuera del trabajo.

Está oscuro, aprieto la madera del bumerán. Maria lo conoce, sabe qué puede hacer. “Pero no lo haces volar. ¿Por qué no lo lanzas?” Porque lo podría perder. “De nada vale si no vuela.” No tengo respuesta, yo subo hasta aquí para cargar el estímulo de un solo lanzamiento. Una noche el brazo será fuerte y no lo podré parar y entonces el bumerán volará. Medito un poco y digo: “Tú tienes canarios en el balcón y no los haces volar, yo tengo prisionero en bumerán”. Ellos cantan, dice Maria. Éste silba, digo yo y le hago oír cerca del oído el viento que corta el lanzamiento. No se asusta, ríe. Maria me abre la mano que ciñe la madera, me toca los dedos, trago saliva. Está en sus manos, el bumerán. Cuánto pesa, dice, y me lo devuelve. ¿Pesa? Si es un ala de madera, ¿cómo va a pesar? Insiste en que pesa, y además abrasa. Entiende por qué me entreno, me toca un hombro. “Desde que trabajas te has hecho fuerte.” Agacho la mirada. Maria me agarra el pelo de la frente y me da un tirón. “Mírame cunado te hablo”. Está oscuro y Maria se hace la gallita conmigo. Es un poco más alta, ya tiene pecho. Durante un rato me quedo quieto, luego desprendo sus dedos de mi pelo. Se aleja, se da la vuelta, dice: “Mañana, a esta hora, vendré otra vez, tengo que contarte un secreto”. Me quedo solo, la noche refresca en los lavaderos aclarados por los jabones de escamas. Las madres lavan la ropa y también la sangre de las heridas de sus hijos. Recojo mis cosas del tendedero y bajo.
Nota: La fotografía es de Danilo De Marco

miércoles, 18 de febrero de 2009

Carver

Mi hermano me habla de un fotógrafo que le gusta. Después, me pregunta un amigo que cuándo voy a postear algo de Carver. De la poesía de Carver, quiere decir. El día de mi cumpleaños, le digo. Hoy, ahora.
Coincidimos en gustos lectores y, tanto él como yo, preferimos su poesía a los relatos. De alguna manera, porque no es tan obligatoria su lectura. No solo por eso. Es algo sincero, es algo difícil de explicar, algo que nos parece evidente desde hace tiempo, sin estar convencidos de que pueda parecer así a muchos lectores. Su poesía, sus versos mezclados con los de Chéjov y con otros que no son los de Chéjov, o que son los suyos con diferente nombre. Se podrían intercambiar sin notarse grandes diferencias. Y, ¿qué poesía, de entre tantas, escoger?
Aquí, entra en escena la trilogía de Julián Rodríguez. Ya se sabe: Lo improbable, La sombra y la penumbra y Ninguna necesidad. Tres obras que unió después de haber eliminado veintiséis frases. Tengo la manía de establecer relaciones: Y esa trilogía, desde antes de serlo, empieza con curvas y termina de la misma manera: girando el volante.

Primera página de Lo improbable:

El poema se titulaba “Miedo”…
Conducía despacio…Su ánimo hacia él cambiaba como las curvas de la carretera: vacío, unas; compasión, otras.

Última página de Ninguna necesidad:

Luego pensó: Es el miedo (¿tan sólo el miedo a volver’).
Conducía despacio. Al principio muy despacio, para no dejar de ver la gasolinera, niños, humo que se alzaba ya gris.
Una curva y todo desapareció (curva suave, digna de aquella autopista).
Aceleró.


Estaba claro que Miedo tenía que ser un poema, el poema de inicio de la trilogía; Ninguna necesidad, el otro. Éste de Un sendero nuevo a la cascada, y de diferente traducción al primero, que también aparece en Todos nosotros.


Miedo

Miedo a ver un coche de la policía acercarse a mi puerta.
Miedo a dormirme por la noche.
Miedo a no dormirme.
Miedo al pasado resucitando.
Miedo al presente echando a volar.
Miedo al teléfono que suena en la quietud de la noche.
Miedo a las tormentas eléctricas.
¡Miedo a la limpiadora que tiene una mancha en la mejilla!
Miedo a los perros que me han dicho que no muerden.
Miedo a la ansiedad.
Miedo a tener que identificar el cuerpo de un amigo muerto.
Miedo a quedarme sin dinero.
Miedo a tener demasiado, aunque la gente no creerá esto.
Miedo a los perfiles psicológicos.
Miedo a llegar tarde y miedo a llegar antes que nadie.
Miedo a la letra de mis hijos en los sobres.
Miedo a que mueran antes que yo y me sienta culpable.
Miedo a tener que vivir con mi madre cuando ella sea vieja,
Y yo también.
Miedo a la confusión.
Miedo a que este día acaba con una nota infeliz.
Miedo a llegar y encontrarme con que te has ido.
Miedo a no amar y miedo a no amar lo suficiente.
Miedo de que lo que yo amo resulte letal para los que amo.
Miedo a la muerte.
Miedo a vivir demasiado.
Miedo a la muerte.
Ya he dicho eso.

Ninguna necesidad

Veo un sitio libre en la mesa.
¿Para quién? ¿Quién falta? ¿A quién le estoy tomando el pelo?
El barco espera. Ninguna necesidad de remos
o de viento. He dejado la llave
en el mismo sitio. Ya sabes dónde.
Recuérdame, y todo lo que hicimos juntos.
Ahora estréchame con fuerza. Eso es. Bésame
en la boca. Ahí. Ahora
deja que me vaya, querida. Déjame ir.
Ya no nos volveremos a ver en esta vida,
Así que dame un beso de despedida. Aquí. Vuélveme a besar.
Otra vez. Ahí. Ya es suficiente.
Ahora, querida, deja que me vaya.
Es hora de ponerme en camino.

Nota: La fotografía es de Todd Hido

lunes, 16 de febrero de 2009

Roger Wolfe: ¡Que te follen Nostradamus!



Guarda. En 1999 vivía –o, mejor dicho, trabajaba- en una ciudad muy alta de Portugal. Esa circunstancia no me obligó a alquilar el piso más alto de la ciudad, sumando metros, pero así fue. Mi trabajo duró año y medio y dos inviernos en los que el aire no me dejó apenas dormir, siempre ululando tras la ventana del cuarto. Solo tenía dos opciones: cambiarme de casa o intentar adaptarme. Perezoso para todo lo que es burocracia, lo dejé correr.
Hasta que una noche de enero, muy tarde, y cansado de intentar dormir en vano con los oídos bajo la almohada, quise solucionarlo. Me levanté, subí la persiana y miré hacia la noche. No vi la luna, pero entraba su resplandor. Los árboles pequeños y quietos abajo, sus sombras móviles bajo las luces de las farolas que se mecían más altas. Cogí un periódico y lo apreté con la portada hacia el vidrio de la ventana corredera. 1999 en un titular muy grande, porque era regional y, a falta de mejores noticias, anunciaba el último año del milenio. Luego, lo empujé hacia un lado para tapar la ranura y cerrar la vía al viento y sus ruidos. Satisfecho y confiado, me volví a meter bajo una sábana arrugada y tres mantas azules y cortas como toallas de baño. Esperé, leyendo bajo el flexo, los resultados. Pero no fueron los resultados los que aparecieron, sino, rebotados contra las costillas, los golpes de mi corazón. El periódico se había girado por la típica doblez horizontal que lo partía en dos; el año 1999, transformado en una flecha que apuntaba hacia el suelo y, a su izquierda, 666, el número del demonio. Esa noche, no pegué ojo, imaginando que solo 30 centímetros de forjado separaban las patas de mi cama del tridente de satanás: TOC, TOC.
El título con que bautizó el diario Roger Wolfe, y el año que cubre, me han recordado esa anécdota, esos miedos irracionales que, a veces, me sorprenden. Luego los olvido, pero durante unos días no hay viento que se los lleve.

Historia de dos ciudades. En Asturias tenemos la ventaja de tener dos ciudades de tamaño medio en la misma provincia, a veinte minutos la una de la otra, y completamente distintas. Es algo más, yo creo, que cambiar de barrio en una gran ciudad.
Bukowski es una de mis mayores influencias, supongo, ya que hablamos de ello…Además…Hemingway…Y Céline…Y Hubert Selby…Thompson, Goodis, Cain, Chandler. Y Hammet.
Drogas. Llevo tan sólo tres días con este nuevo género del diario y ya estoy enganchado.
Vendimia...a principios de los 80, cuando estuve danzando por Nîmes con la mochila, se supone que en busca de trabajo en la vendimia. No encontré trabajo en la vendimia, pero cogí unas cuantas borracheras de antología.
1999. Por lo visto el Nostradamus vaticinó que allá por el mes de junio o julio de este año se va a acabar el mundo. Muy bien. Aquí estaremos, esperando. En cualquier caso, y por si las moscas, yo voy a seguir con esto. Si llegamos a fin de año sin que pase nada, lo podría titular “Que te follen, Nostradamus”.
Barullo. Coges el tren…hilo musical, y la vocecita esa de la azafata estreñida comunicándote la próxima parada. No sé por qué, pero cada vez están más empeñados en no dejarnos solos con nuestros pensamientos. Es el barullo continuo.
Silencio. Cuando sale algo bueno sobre ti…el silencio a tu alrededor es tan espeso que podrías contarlo con una cuchara de madera.
David González ha aprendido mucho, se ha ido haciendo mejor escritor. O mejor dicho: se ha ido haciendo escritor.
Enfermedad. Llevo la mayor parte del día traduciendo textos médicos sobre reparaciones de desgarros de menisco.
Madrid. En una ciudad como Madrid, todo se dispara. Los gastos, el tiempo perdido, los agobios, el estrés.
José Ángel Mañas, al que nunca podré agradecer su generosidad lo suficiente, nos ofreció su piso,…, como centro de operaciones hasta que encontráramos algo definitivo.
Mirada. Lo que tiene que ser tuyo es la mirada…Si tu alma está en lo que escribes, se nota. Salta. Atrapa. Golpea, reduce, trasforma y –con un poco de suerte- humaniza al lector.
Garbanzos. (Porque yo, no sé si lo he dicho, me gano los garbanzos como traductor e intérprete).
Balas…y poemas “bala” de Leopoldo María Panero y Ramón Irigoyen (“un poema, si no es una pedrada, y en la sien, es un fiambre de palabras muertas…”).
Vías de Bilbao. La calle San Francisco estaba llena de yonquis e inmigrantes africanos. Nos habíamos parado en un puente que cruzaba las vías…en inglés todavía se dice de alguien que “ha nacido en el lado equivocado de las vías”. Cuando se ponían las vías del tren, en el siglo pasado, los humos y la porquería, y los ruidos, y la mierda, siempre iban a parar al peor lado de la ciudad, que quedaba delimitado por las vías del tren. Desde entonces existe esa expresión.
Habichuelas. David González,…tras diagnosticarle una diabetes galopante…ha perdido un buen montón de kilos…le han dicho…que debe llevar una vida los más ordenada posible…toda esta rutina está reñida con su trabajo a turnos en la fábrica donde se gana las habichuelas. –Yo ahora, con esto de la diabetes, lo que voy a hacer es aprovechar para escribir sobre ella.
Manuel Vilas, por cierto, también estuvo presente en la Feria del libro de Zaragoza, con una recopilación de artículos titulada La región intermedia…Ese libro, dicho sea de paso, contiene piezas realmente antológicas…Yo creo que Manolo es una especie de Larra.
Relaciones. Nunca sé qué hacer en esos casos. Ni en estos casos ni en ninguno. Soy un puto desastre para las relaciones humanas.
Agosto. Hay un determinado momento –normalmente sucede a mediados de agosto- en que le ocurre algo a la luz, y a la sombra.
Madrid. Desde mi ventana veo los enormes arcos metálicos de la glorieta de las Reales Academias.
Larra. Llevamos semanas enteras esperando. Casi se me había olvidado que seguimos viviendo en el país del viejo Larra.
Más Madrid. La ciudad crece sin parar…En Inglaterra solían tener…lo que llamaban el…cinturón verde, que era una línea imaginaria…a partir de la cual estaba prohibido cualquier tipo de desarrollo urbanístico…Un cartel del Ayuntamiento…se hablaba de un aparente “Plan Urbanístico 2000”. Debajo, se afirmaba con orgullo: “Más Madrid”.
Hot and cold. Por lo demás, aquí estoy, debatiéndome como un yoyo en manos de un loco.
Hot and cold, que dicen en inglés.
Literatura. Las vidas de los hombres son historias que van pasando de padres a hijos. La literatura tiene que ver también con todo eso; la literatura es todo eso.
Mono. El tiempo pasa volando. Y siempre que digo eso –el tiempo vuela, el tiempo pasa volando- me acuerdo de una frase que soltaba, cada vez que alguien hacía ese comentario, un viejo…en mi pueblo natal, en Inglaterra, a principios de los años ochenta: “El tiempo vuela…dijo el mono, esquivando el despertador”.
Servidumbre humana…un novelón de Sommerset Maugham. “Nada hay tan degradante como la constante ansiedad sobre cómo va uno a procurarse el sustento. No siento más que desprecio por los que desdeñan el dinero. Son unos hipócritas o unos estúpidos. El dinero es como un sexto sentido sin el cual no se puede hacer uso de los otros cinco.”
Harkaitz Cano…incluye una cita mía, encabezando una de las secciones en las se divide el libro…”Cuando la gente dice “perdono pero no olvido”, ¿qué esta diciendo” Que no perdona”.
El sol. Los pájaros cantan. La luna se estrelló hace horas. Creo que ha llegado la hora de irse a la cama de una puñetera vez.

sábado, 14 de febrero de 2009

José Luis Piquero: Autopsia (Poesía 1989-2004)




Hoy, un rescate. Este poema: Defensa de la familia.



Aquí donde no tienen cabida los maricas
y a cometer los propios errores se prefiere
cometer los errores tranquilos de los padres,
uno es merecedor de este legado:
seguridad y pan,
paz y severidad y algún consejo.

Y, piénsalo, no es poco
si tras esa ventana miras el mundo hostil
en donde los extraños a su vez se amontonan
en cómodas colmenas y contraen
también sólidos vínculos frente a ti y a los tuyos.

Un modo complicado
de sentirnos seguros, la familia.

Porque probablemente es cierto todo eso
de que se hará por ti lo que haga falta,
que responder de ti para eso estamos
y que en cualquier momento, porque nunca se sabe.

Y luego están las fotos, los recuerdos,
verano aquí y allá, noches de Reyes,
tantos besos ruidosos en mejillas que lloran,
cumpleaños, juguetes…Y todo es agradecible.

No hay duda, te enseñaron
muy bien cómo se juega a la familia:
intereses y afectos, en sutil equilibrio,
delimitan el campo donde mueves las piezas,
y lo que resta al fin es un modelo
y una conciencia, un orden de la dicha.

Así que nunca cortes
un árbol que es más viejo que tú mismo
y haz pronto que tus padres abuelos complacientes.

¿O vas a aventurarte entre vados ajenos
a pecho descubierto, con tu cara
y ademanes –pardillo-, solamente
por no deber a nadie, a ver, qué logros
o cúal identidad que no repita
esa mirada es sepia de cuantos te preceden?

Alguna noche ociosa,
mientras la porcelana duerme el sueño
de las cosas inútiles y adorna
para nadie el jarrón y están los cuadros
contentos de ser manchas en la pared del fondo,

tú te preguntas

de dónde viene esta capacidad
de adaptación y si imitamos tanto
por puro instinto de supervivencia,
si habrá algo esencial que aún ignoramos
sobre nosotros mismos, otra forma
de no ofender a nadie y ser distintos.

Y si en el mundo queda todavía
una maldita cosa que sea gratis.

jueves, 12 de febrero de 2009

Karl Kraus: Dichos y contradichos

Intento dejar unos días entre la lectura de un libro que me ha interesado y su post. A veces, esos días en los que pienso -y olvido parte de los detalles- me llevan a darme cuenta de algo nuevo. Así me ha parecido que Kraus, criticando al periodismo de su época y de su país, podría estar apuntando hacia el principio (moral) del Blog, de un buen blog. ¿Por qué? Tal vez porque renunció a la actualidad y al tópico del periodismo y publicó un periódico –Die Fackel (La Antorcha) – desperiodizado. ¿Qué otra cosa es un blog?
Me pregunto además ¿Cuántos lectores de aforismos habrá entre los lectores?, ¿desde cuándo los leo yo? Y ¿Por qué no los he leído antes? Ni siquiera sabía que existieran. Es suficiente con que diez sean buenos para leer un libro de aforismos. Al menos, eso me parece a mí. Aquí dejo algunos, fuera de contexto, claro, y eso es lo peor que le pueden pasar a estos aforismos que siguen.

Una mujer que no puede ser fea no es bella

Que una mujer sea agua sobre una bandeja. Uno la arrastra con el dedo adonde quiera, y no deja rastro donde ha estado. Puede ser el recuerdo más bello.

Ojos que ven, corazón que no siente.

¿Cómo aprende la humanidad a nadar? Se le dice dónde se encuentran los puntos peligrosos y que el agua es una combinación de hidrógeno y oxígeno.

Hemos sido lo bastante complejos como para construir la máquina y somos demasiado primarios para dejar que nos sirva.

Vamos a ver, ¿existe alguna protección contra la errata que, cada vez que se habla de una erudición estúpida, la convierte en estupenda?

Hay dos tipos de escritores. Aquellos que lo son y aquellos que no lo son. En los primeros, el contenido y la forma van juntos como el alma y el cuerpo; en los segundos, hacen juego como el cuerpo y el vestido.

En caso de duda decídase por lo correcto.

El aforismo nunca coincide con la verdad: o es media verdad o verdad y media.

Se busca desierto adecuado para un espejismo.

¡Perdónalos señor porque saben lo que hacen!

Ata corto tus pasiones, pero guárdate de dar rienda suelta a la razón.


Para terminar, una frase que aparece de otra forma en el diario de Roger Wolfe que leo hoy, y que podría ser una traducción con interrogaciones de la de Kraus: Ni tan solo se vive una vez. Escribe Wolfe: Siempre recuerdo una pintada que vi una vez en un muro, en Londres, hace muchos años. Decía: ¿Hay acaso vida antes de la muerte?
Eso es lo que me pregunto leyendo este diario. Y me hago ilusiones pensando que esa idea se me olvidará días después de haber pasado la última página. El lunes o el martes, calculo
.

lunes, 9 de febrero de 2009

Francesc Serés: Materia prima

En 1964 Francisco Candel escribió Los otros catalanes. Algo más tarde, Los otros catalanes veinte años después. Murió hace poco más de un año. Me enteré de su existencia –la suya y la de estos dos libros de ensayo-reportaje- en el obituario de un periódico. Me interesaba (y me interesa) el problema de los emigrantes en la España de los sesenta. Así que conseguí ambos libros. Pero siguen en los estantes, hojeados. Ha sido ahora, al leer el libro de Francesc Serés, el marco geográfico y los protagonistas, los que me han recordado mi deuda.
Una lectura que lleva a otras pendientes es algo habitual. Como lo es que te conduzca a pasadas. El narrador y sus historias (Publicaciones de la Residencia de Estudiantes, 2003), de José Jiménez Lozano, lo conocí por Antonio Jiménez Morato, hace unos meses y sin necrológicas por medio. En el segundo capítulo distingue el Gran Relato del relato.
El relato o narración, y recuerdo de lo ocurrido…ha sido…desplazado…de la fábula literaria, por expedientes técnicos y formales dirigidos a la objetivación. Exactamente como la exclusión de cualquier clase de realismo en la pintura se supone que la hace cualitativamente superior a la pintura clásica, que hacía cuenta de la belleza del mundo, y de la figura humana y la historia de los hombres. Ni la historia, ni la narración literaria deben tener ya argumento ni personajes, y el arte de contar no sólo ha dejado de ser lo constitutivo del historiar o el narrar, sino que se ha convertido en altamente sospechoso de las peores complicidades.
Los Grandes Relatos no han sido nunca relatos ni narraciones, sino construcciones intelectuales o ideológicas, políticas, morales, o sacrales. Son sistemas o ideogramas que a veces fueron levantados incluso sobre viejos relatos humildes y verdaderos, cuya verdad, tan débil, travistieron, aplastaron o instrumentalizaron…Pero no son relatos…El “érase una vez, en un lugar” queda eliminado en enunciación sin tiempo y sin lugar.
Es decir, los Grandes Relatos tienen algo de anuncio de televisión. Se entiende, entonces, que sea difícil encontrar libros como Materia prima, encontrar a un autor que se atreva con los problemas de la gente común sin miedo a perder popularidad (hoy algunos escritores tienen más porcentaje de público que
de lectores). Algo extraño, y no exclusivo de la literatura. “Velázquez se pregunta si no era posible con este mundo, con esta vida tal cual es, hacer arte”. Es lo que afirma Ortega. Así que se pone a pintar la vida diaria y las cosas que a la cotidianidad rodean, y su pintura “deja de ser la representación de formas imaginarias y transmundanas, genéricas”.
No hay mucha distancia entre los personajes de Serés (personajes e historias que surgen muchas veces de entrevistas) y María Bárbola y Nicolasillo Pertusato de Las Meninas, es decir, no hay mucha distancia con estos enanos o bufones, seres humanos, que solo eran útiles de entretenimiento de príncipes y cortesanos. Pero que son importantes y novedosos porque juzgan desde su desgracia toda la Gran Instantánea y el Gran Relato, poniéndolos en movimiento e introduciendo el argumento real de lo allí relatado. Y, todo ello, con un pequeño relato, naturalmente. O con varios.
Esto es Materia prima.

domingo, 8 de febrero de 2009

Diario: Sábado, 7.II.2009

Brunete. Pensó que D. no jugaría pero se confundió. Habían apartado la capa de nieve y, arrastrada, la goma negra del césped artificial. Un cordón flaco de virutas y nieve, contra los muros y vallas de anuncios. Si hicieran un muñeco de nieve, botaría, pensó. Un muñeco negro.
Faltaba una hora para el partido. Se fue con R. hasta un parque. Le ayudó a quitar el hielo del punto bajo de un tobogán. Una capa gruesa que tiró al suelo y pisó, mientras él se sentaba en un banco para apuntar con colores sobre las hojas de Prosas apátridas. Algunos párrafos eran tristes. Hablaban de niños y viejos. No sabría decir si Ribeyro lo habría sido. Triste, quería decir. Al menos, hacía sol. Miraba a R. guiñando el mismo ojo siempre. Cada minuto. Una x en el párrafo que le gustaba. El margen como una quiniela. Un charco nuevo que se rompía. Ten cuidado, te vas a cortar con el hielo, repitió poco convencido. Te vas a mojar. Eso, sí. Pasó media hora. Poco tiempo. Lo justo para que R. tuviera las manos rojas como las de un pescadero sin guantes. Las cogió para mirárselas. No tenía cortes. No tenía escamas ni las uñas limpias. Se las secó con un clínex que olía a menta. Se las metió en los bolsillos y le dijo que las dejara allí. Le entrarían en calor antes de llegar al partido.
Algunos niños tenían camisetas de mangas cortas. El reflejo del sol en los asientos de plástico azul vacíos. Llenos de nieve. R. masticó palomitas prestadas, sin mirar el juego. Gritos que hacían eco en los dos campos. El golpe del balón contra los tubos huecos de la portería le gustó. Luego, otro traspasó las gradas. Las palmeras sobresalían al otro lado, tapando el horizonte. Se quedó pensando en esa pelota. Si habría caído dentro de algún chalé. Miró los montones de nieve y se le ocurrió entonces. Quizá por lo triste de aquel libro. Cuando la nieve se derritiera, solo quedaría lo negro en el montón. Así era un viejo: como un muñeco de nieve y goma que dejaba de botar.

viernes, 6 de febrero de 2009

Abraham Gragera: Adiós a la época de los grandes caracteres


Se considera deudor de Juan Ramón Jiménez, aunque éste prefiriera la grafía de la "j" a la de la "g" del apellido de aquel. Elijo el poema, casi al azar, porque podría haber sido cualquiera. Se llama CASI DEMASIADO SERIO.
El aire que improvisa, inacabado, los gestos imprecisos, las cosas que se cogen sólo para soltarlas...me gustan, porque no van a ningún sitio, pero no llegan nunca tarde.
Inestabilidad, tienes nombre de milagro. Somos nosotros los que decimos adiós, los que decimos...Ah, qué no te regalaría si supiera cuánta fruta es un buen regalo...Estaba todo lleno de racimos. Y todo los miraba con nostalgia.
Tal vez porque la soledad es todo lo que ocurre alrededor de ella, las cosas nos enseñan cuánto amor se necesita para pasar desapercibidos. O cuánto deseamos que nos interrumpan: las moscas, como en el siglo diecinueve, lo sabían: las cigarras celebran el amor, no su visión del mundo: la orilla añora el roce de sus eles: mirar un río es también ahogarse.
Si pudiera, pensé, volvería al pasado a por la ropa de entretiempo. Pero la nieve que cegó mis nueve años, con un helor de ojo sin pupila, para borrar el mundo y prometerlo, aún no se ha derretido. Mientras que aquí, el verano y el otoño resultan demasiado familiares para disfrutar de la seducción de los extraños, y demasiado extraños para hablarles con familiaridad:
el sol y la llovizna juegan a la sed.
Quizá porque proponen un nuevo concepto de doma, las tragedias son, no sé, tan infinitivas...que no parecen hijas de su tiempo, verbal, imperativo...y lo que nos ocurre es siempre una liberación, un despertar:
Si con pasos de arena, balbuciendo han entrado ladrones en la casa, te bañaste en mi sueño, ¿no fue para que yo te respondiera no te preocupes, son los nuestros...
Aquella nube bruta, este barro tan dócil...
Ya verás como siga así este tiempo. Van a proliferar las elegías.

martes, 3 de febrero de 2009

Alberto García-Alix habla con Mireia Sentís y José Luis Gallero

Si las fotografías fueran penaltis, no le importaría fallarlos. Busca las sensaciones. Sus sensaciones, el trance. Que la imagen vibre, aunque desenfocada. Le vale con pegar a la pelota y tener el empeine caliente. Lo peor es el punterazo que entra, lo mejor las motos. Es miope. Tiene dos palabras tatuadas en los dedos de las manos, TODO y NADA en los izquierdos, la idea –además- de que cuando todo va mal se debe ir al sastre. No necesita hablar de las drogas, pero le humilla tener que esconderse.

Le gustan Walker Evans y Diane Arbus. Poco la crítica fotográfica. Arbus va a los campos de nudistas, a bailes de minusválidos, se hace amiga de los enanos…Dice que mientras todos vivimos con el terror de que nos suceda un drama, ellos nacen en el drama, lo cual los convierte en aristócratas. Koudelka y McCullen, Lyons y Avedon antes que Doisneau, Cartier-Bresson o Jean-Loup Sieff; Centelles mejor que Capa.

Dice, también, que las fotos dan testimonio de cómo éramos, cómo vestíamos, cuál era nuestro entorno. Hacer retratos es, de alguna manera, coleccionar cadáveres. Y lo que es peor: la cara no es el espejo del alma. Por eso la asignatura pendiente del fotógrafo es aprender a pedir, ya sea una posición de los hombros o una manera de mirar.

El triunfo no lo entiende, el fracaso sí.

En la soledad del laboratorio, al mismo tiempo que revelas una foto…estás preguntándote quién eres, cómo has llegado hasta ahí. Ese monólogo interior es intrínseco a la fotografía.

Debe de ser parecido a tirar un penalti contra una grada callada y quieta.

domingo, 1 de febrero de 2009

Gianni Celati: Narradores de las llanuras




El mundo sigue adelante porque la gente piensa en ello, es decir, piensa en hacerlo seguir adelante. Así de simple. Tan simple, que uno puede arreglárselas para explicarlo en media hora.
No sé si estas afirmaciones son del todo ciertas. No obstante, para recorrer este libro basta con descender ciento veinte metros de altitud, leer treinta cuentos y saltar el paralelo 45º N marcado en un cartel de chapa. Con otras palabras: basta con que recorramos una parte de la infancia y la adolescencia de Celati para entender gran parte de las transcurridas en el mundo occidental; el binomio campo-ciudad.
Afiladores en moto, olivos retorcidos, sillas de cocina, refugios antiatómicos, minifundios de igual tamaño, chimeneas de ladrillo rojo, braceros parados e inquietos, flores que frotadas huelen a ajo, búnkeres alemanes o viejos convencidos de que los mosquitos son los muertos que vuelven, son muestras de ese mundo que se destruye.
Algunos compararon este libro con las Mil y una noches, otros enfocaron la atención hacia su lenguaje deliberadamente simple. No parece extraño que, como remedo de Sherezade, Celati buscara salvar el entorno de su infancia, aunque lo intente de un modo a veces fantástico, con historias que parecen haberse trasmitido oralmente y se cuentan con una intención que se aclara al acercarnos a la desembocadura del Po. Una intención que tiene su contrapunto en la recomendación que un médico le hace a un paisano apesadumbrado: …Hay que hacer un esfuerzo para olvidar que los demás juzgan, de otro modo nos paralizarnos. Sin embargo, a mí me ha ido interesando más lo que pensaba esta gente de las llanuras: De lo que se trataba era de recetar medicinas para el mundo.
En el surco de esta idea se encuentra el cuento titulado Una noche antes del fin del mundo. Una maestra vive asustada desde que se entera de las consecuencias que traerá la acumulación del CO2 urbano en todo el planeta. Probablemente en 1985, cuando se publicó el libro en Italia, este cuento parecería muy ciencia-ficción, sin embargo hoy es una idea más –algunos creen que solo eso- de nuestro imaginario colectivo.
Nos contentamos con mirar a otro lado. Y no pensar mucho por qué el mundo sigue adelante. Más o menos, como lo hacemos al hablar de bibliotecas digitales, aunque, mientras llegan, no podamos leer gran parte de los libros que nunca fueron rentables. Pero siempre queda la esperanza: No hace cinco años que este autor se tradujo al vasco.