martes, 30 de septiembre de 2014

P. P. P. 1





No es bello lo que es bello, es bello lo que gusta

Pier Paolo PasoliniLarga carretera de arena


La traducción es de Olvido García Valdés; la fotografía, de Amy Stein 

martes, 16 de septiembre de 2014

Tú sí que vales



El ataque al Estado de bienestar comenzó en el régimen neoliberal anglosajón y ahora se extiende a otras economías políticas más “renanas”, y trata a los que dependen del Estado con la sospecha de que son parásitos sociales más que personas verdaderamente indefensas. La destrucción de las redes del bienestar y los derechos de ayuda social estarían a su vez justificados porque liberan la economía política y permiten que se comporte más flexiblemente, como si los parásitos estuvieran tirando de los miembros más dinámicos de la sociedad. También se considera que los parásitos sociales se alojan en lo profundo del cuerpo productivo, o al menos, eso es lo que  trasmite el desprecio de los trabajadores que necesitan que les digan qué hacer, que no pueden tomar iniciativas por sí mismos. La ideología del parasitismo social es una potente herramienta disciplinaria en el lugar del trabajo: los trabajadores quieren demostrar que no se están alimentando del esfuerzo de otros.

Richard SennettLa corrosión del carácter. Las consecuencias del trabajo en el nuevo capitalismo


La traducción es de Daniel Najmías; la fotografía de Dorothea Lange

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Annie Ernaux 1


 
No me producía ninguna aprehensión la idea de abortar. Me parecía, sino fácil, al menos factible; que no era necesario tener ningún valor especial para hacerlo. Era una desgracia muy común. Bastaba con seguir la senda por la que una larga cohorte de mujeres me había precedido. Desde la adolescencia había ido acumulando relatos relacionados con el aborto. Los había leído en las novelas o se los había oído contar en voz baja a las vecinas del barrio. Había ido adquiriendo un vago conocimiento sobre los métodos que podían utilizarse: la aguja de hacer punto, el peciolo de perejil, las inyecciones de agua jabonosa, la equitación. Pero la mejor solución era encontrar un médico “clandestino” o una de esas mujeres a las que se designaba con el nombre de “aborteras”. Sabía que ambos cobraban mucho, pero no tenía la menor idea de cuáles eran sus tarifas. El año anterior, una joven divorciada me había contado que un médico de Estrasburgo la había ayudado a abortar. No me dio ningún detalle, solo me dijo que le había dolido tanto que había tenido que agarrarse al lavabo. Yo también estaba dispuesta a agarrarme al lavabo.

Annie Ernaux – El acontecimiento

La traducción es de Mercedes y Berta Corral; la fotografía, de Jordi Ruiz Cirera.