domingo, 19 de abril de 2009

Gul Y. Davis: Un paseo solitario

Natalia Ginzburg, en un apunte autobiográfico que acompaña -como epílogo- a El camino que va a la ciudad (Bassarai), confiesa que no podía escribir jamás ni de campesinos ni de príncipes porque cada vez era más consciente de que solamente se puede contar lo que se conoce desde dentro y de lo difícil que es describir una condición social diferente de la nuestra, casi imposible.
Lo sincero de esa afirmación me ha convencido de que, además, es lógica. Primero lo sincero, luego lo lógico. Y no al contrario.
He leído, y leo (cada vez menos), narraciones que por ser lógicas pretenden ser sinceras, y…no es lo mismo lo que me causan…Repulsión podría decir. En el segundo caso, claro. Quizá sean mis razones las de alguien falto de imaginación.

Carlo Ginzburg, el hijo de Natalia, crea un método de aproximación dentro de las tendencias historiográficas, de la historia de las mentalidades, al que bautiza como Microhistoria. Desde un hecho aberrante ocurrido en la historia se puede revelar el carácter general de una época. Un libro conocido es El queso y los gusanos. Trata de reconstruir la vida de un molinero –Domenico Scandella, conocido como Menocchio- que murió en la hoguera a finales del XVI. Como he dicho, el método de Carlo Ginzburg, es la reconstrucción. Su método es “el trabajo”.
Pero, aunque estas reconstrucciones puedan ser lógicas, puedan ser sinceras, metemáticas como la estadística, no logran interesarme como una vida vivida de verdad por quien la reconstruye.
Y no solo eso. Hay mucha literatura vivida que se intenta construir con método de historiador, quiero decir con demasiado esfuerzo. ¿Esfuerzo, a secas?

Natalia Ginzburg. En el mismo epílogo recomienda, se recomienda a ella misma, lo siguiente:
Escribir no “al azar” era hablar sólo de aquello que amamos. La memoria es amorosa y no es nunca “casual”.
Y poco después:
El esfuerzo de escribir debe ser un esfuerzo natural y feliz, no debe ser nunca el esfuerzo triste y frío del pensamiento. El pensamiento, cuando requiere esfuerzo, no resulta más grande sino más pequeño. Resulta pequeño como un insecto. Su esfuerzo es el de una hormiga trabajando en su hormiguero. Es preciso escribir y pensar con el corazón y el cuerpo, no con la cabeza y el pensamiento.
El esfuerzo, el exceso, del escritor tiene algo que ver con la falsedad, entonces.

La soledad del corredor de fondo. Antes de saber que Gul Y. Davis tuviera El guardián entre el centeno como libro de cabecera, pasó por mi cabeza el cuento de Alan Sillitoe donde un chico internado en un correccional se gana el “respeto” de los superiores por su condición natural para correr rápido y largo. Un cuento, junto a otros, que me gustó especialmente, aunque tenga un fallo. Tiene esas dos horas que el protagonista tarda en correr (a toda velocidad) 8 km. Un cuento magnífico, lo reconozco, que se puede resumir con esta frase: Y el poste de la meta no era el final de aquello.

Picores. El paseo del protagonista de la novela de Gul Y. Davis comienza en una carrera (solitaria además) y esta coincidencia, junto con los “internamientos” de Wil en hospitales mentales, fue la razón por la que pensé en La soledad del corredor de fondo.
No sabía nada de la vida de Allan Sillitoe cuando leí un volumen, ese volumen de cuentos (sé, ahora, que hace unos días llegó al festival Cosmopoética de Córdoba). Por contraste, en este caso pude seguir la trayectoria literaria de Gul Davis desde el principio, es decir, desde que ingresara adolescente en St. Andrew´s y sin nadie que supiera muy bien, salvo con castigos, cómo tratar su desorden obsesivo-compulsivo.
También en este libro es fácil darse cuenta de que lo que se narra en la novela es lo que ha vivido. Sin dar muchas vueltas. Recordemos de nuevo a Natalia Guinzburg. O echemos mano de una frase de Un paseo solitario para explicar la intuición que al leer nos hace distinguir la verdad simple de lo inventado: Un picor en la parte que nos hace diferenciar el bien del mal. O lo que te han contado de lo que has vivido.


Nota. Un paseo solitario está traducido por Daniel Gascón.