jueves, 28 de mayo de 2009

Omar Pimienta: Primera persona: ella

Hecho en España.
Lolita Bosch advierte en su prólogo para Hecho en México: Y no he antologado lo más novedoso de México, lo más representativo, lo más desconcertante, lo que más se ha sedimentado, lo que se queda, lo más conocido ni lo más desconocido. Sino que he seleccionado las lecturas de las que vengo.
Si no cuento mal, son treinta y seis los autores que elegió para formar esa primera parte. Omar Pimienta no es ninguno de ellos, pero sí el primer poeta que forma las lecturas (mexicanas) de las que vengo.
Aquí os dejo dos poemas -el segundo recitado por Omar Pimienta- del recién estrenado poemario que por esta vez está Hecho en España.



Ella tiene perforada la lengua

Se nota cuando dice: el amor es un espejo
rescatado de la casa en llamas
instalado por error en el cielo de un motel
manchado

Ella tiene en su oreja izquierda 7 aritos
al pasar los dedos se siente el espiral de un
cuaderno de primaria
al pasar la lengua: filtros para secretos

Ella tiene perforado el pezón
se nota cuando se ciñe la blusa
dice que su hijo tendrá una boca diferente
muchas palabras redondas
una fijación por morder los aros de llaveros

Ella tiene perforado el clítoris
me lo hace saber con dos cervezas
una mesa que nos separa
noche larga tabla hinchada asidero de
náufrago

me dice que yo nunca lo sentiré
(no se refiere al clítoris o al piercing y por
alguna extraña razón no pierdo la esperanza)
contesto:
yo no tengo perforado nada ni tatuajes
ni me meto nada y me acuesto temprano con
muchas preocupaciones

Ella tiene perforado su lóbulo derecho: una
perlita
dice tenerla desde los 11 años
se la regaló la tía (que en paz descanse)
cuando la llevo al centro
le compró también un vestido Amarillo
zapatillas de charol blanco

me dice: pinche poeta entonces tú por mi perlita
te mueres
Y yo digo que sí
pero que por sentir el percing de su clítoris
escribo.

La mujer invisible
Nota: la imagen pertenece a una de las 180 invitaciones del proyecto LIBRERÍA que Omar Pimienta confeccionó para la inauguración de la Librería del Centro Cultural de Tijuana.

domingo, 24 de mayo de 2009

Tess Gallagher: Carver y yo

Tándem.

Antes de Gallagher: Una infancia en los bordes de la pobreza, un matrimonio demasiado joven, diez años de “trabajos de mierda”. Y treinta relatos escritos en quince años que se recogen en dos volúmenes -¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976) y Furious Seasons (1977)-; además, poesía: Near Klamath (1968), Winter Insomnia (1970) y At Night the Salmon Move (1976).

Después de Gallagher, el resto: una catarata de creatividad.

Antes y después. He pensado en otras parejas -Chéjov-Olga Knipper, Bukowski-Linda Lee…etc.- que tuvieron un después femenino, quizá porque la de Carver-Tess Gallagher (parece que quiero que solo las mujeres tengan nombre) acaba también siendo un tándem cojo. Un tándem en el que se nota cierto énfasis. El mucho énfasis literario, y la mucha tristeza que Tess siente cada día al levantarse cuando ese par de pedales sin los pies de número mayor siguen girando al aire. No sé, he notado algo en esa tristeza que no era natural, que era forzada, que se sentía culpable. Especialmente, al final del libro, cuando sé que Tess está acompañada por un hombre nuevo.

¿Y, aparte de esto, cómo me ha sentado, qué me ha parecido el libro? Interesante a tramos, porque es algo disperso, apunta en distintas direcciones y no dispara a ninguna especialmente.

Una introducción que explica muy detallada la obra de Ray, la relación que a Tess y a Carver les ayudó a crecer como escritores, y sin la que no se entendería el resto del libro: un diario, cartas con el director de cine Robert Altman, varias conversaciones y artículos para revistas y ediciones o traducciones de volúmenes de textos conocidos e inéditos que aparecieron tras la muerte de Carver. Estas son las partes en las que se divide el libro. Yo y Carver o Yo diez años después –que aquí viene a significar antes- de Carver, hubieran sido mejores títulos, mejores traducciones del título original.

Lo que prefiero del libro: un diario escrito durante un viaje a Europa en el que visitan ciudades, tumbas de escritores, editores vivos y aparece Fernanda Pivano, una periodista italiana que traduce a Hemingway, escribe una introducción a De qué hablamos cuando hablamos de amor y (esto no lo escribe Tess, lo escribo yo) tiene la culpa –otra vez Bukowski- del libro Lo que más me gusta es rascarme los sobacos.
Y, también, y por eso me ha gustado, señales que se relacionan con los orígenes sociales -¿Existe otro origen?- de Ray y Tess. De otros escritores, con menos renombre incluso, se sabe generalmente más. Pero en Carver, tengo esa impresión, existe algo que no permite casar muchas veces sus relatos de clase media con los diez años de “trabajos de mierda”, con su alcoholismo y con esa relación de balsa de aceite puro y virgen que parecen compartir, tras su muerte, (quizá solo exista al recordarlo ella, quizá sea una idealización) Tess y Ray.

Por eso me gusta este pasaje que trascurre en Zúrich, un 19 de abril de 1987.

Cenamos fuera y es un desastre. Ray está hambriento y nos vamos a un restaurante tranquilo que hay cerca del hotel. Más tarde le digo que debe decirme antes esas cosas. No puedo estar adivinando siempre el hambre que tiene. Le produce ansiedad la falta de comida.

Los platos rotos siempre me han parecido un buen final en las historias de amor. Las habitaciones vacías, las sábanas nuevas para gamuzas: “Las parejas son un todo y no lo son”, dice Heráclito.



Notas:
La traducción y la selección es de Jaime Priede. En una pequeña parte la traducción corresponde a Eduardo Moga.
El prólogo es de Greg Simon.
La introducción es de Willian L. Stull y Maureen P. Carroll.
La fotografía es de Todd Hido y la he obtenido en
http://www.futuropasado.com/?p=882

miércoles, 20 de mayo de 2009

José Manuel Martín Peña: Zeppelin




Atletismo. Escribir buenos relatos debe de ser algo así como estar dispuesto a correr la maratón para que solo cuenten los metros finales, los que pateas en el estadio, y que obligatoriamente deberás hacer al sprint y sonriente, como si te mantuvieras fresco. Leerlos y después editar un post sobre buenos cuentos me parece lo opuesto. Así que, precisamente por ese motivo, esto no va a ser largo.
Además porque ocurre en dos días. Leo Zeppelin –un cuento, el nombre de un bar y el título del libro- en El síndrome Chéjov, lo voy a recoger a una librería de Madrid y lo leo en mi casa con el mismo chicle mascado en la boca con el que lo empecé nuevo.
Me cuesta cada vez más trabajo encontrar libros de cuentos en los que todos los relatos me interesen de la misma forma. Así que me sentí extraño. Como cuando tuviste la suerte de quedarte sin gasolina a los pies de un surtidor. Y me refiero a un libro que volveré a leer porque todos los relatos contienen vida, que para mí es lo primero. Cuentos cortos, de distinta factura, de dos a catorce páginas y con pocas palabras en cada una de ellas.
O sea, las distancias que mejor me van: porque los cuentos que no son cien metros lisos los paso a leer como una novela o como ciento diez metros vallas (u obstáculos).
Después de terminar, como solo son seis cuentos –por las bases del concurso a raíz del cual se publicó-, me pregunté si el autor conseguiría aguantar el tiempo suficiente para publicar un libro tan bueno como éste con, pongamos, diez cuentos. A veces, las preguntas tienen algo de deseo.


Notas.
1. Este libro ganó el Premio Internacional de cuentos Manuel Llano, 2006.
2. La fotografía es de García-Alix.

domingo, 17 de mayo de 2009

Marguerite Duras: Escribir


Sé que no es la mejor frase para comentar un libro de la Duras, pero la diré de todas formas: Escribir no tiene nada que ver con el aceite puro de oliva. No obstante, tiene algo de receta para freír. Y, otra vez no obstante, Duras dice: Hace mucho tiempo, el comercio de aceites de mesa rescató la palabra “puro”. El comercio literario hizo lo propio con el sintagma obra maestra.
Se edita y se reedita poco a Marguerite Duras, en este país. Se revisan poco las ediciones nuevas. Hace tan solo dos meses que salió de imprenta este libro –que también tiene algo de cine-, después de 9 años exactos. Y Él (pronombre), todavía – o, ya-, sin acentuar. Acabo de elegir una palabra: Reproche; esta entrada tiene que ver con los reproches.


Creo que lo que le reprocho a los libros, en general, es eso: que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes. Una función de revisión que el escritor desempeña con frecuencia consigo mismo. El escritor, entonces, se convierte en su propio policía. Entiendo, por tal, la búsqueda de la forma correcta, es decir, de la forma más habitual, la más clara y la más inofensiva. Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor. Libros de un día, de entretenimiento, de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento.

No sé qué es un libro. Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no hay nada, lo sabemos…

Notas:
La traducción es de Ana María Moix (1994).
La fotografía salió de
www.melbournecinematheque.org/specials/duras.html

lunes, 11 de mayo de 2009

Josan Hatero

Me gusta creer que algún día se volverán a reeditar los cuentos de Josan Hatero. Los que formaron libros completos y los que aparecieron sueltos, en recopilaciones. ¿Quizá DEBOLS!LLO?, ¿quizá Páginas de Espuma?

¿Qué destacar de Hatero? Además de su lenguaje cercano pero alejado de los lugares comunes, claro, intenso, emocionante muchas veces, el principio de cada uno de sus cuentos. Podría copiar los más de cuarenta cuentos que ha publicado y tendría escrito un catálogo de las muchas formas originales con las que se puede comenzar un relato. Y, de paso, se me quedaría grabado en la cabeza el objetivo al que Hatero hace referencia en El reto la narración breve (Los cuentos que cuentan, Ed. de J.A. Masoliver Ródenas y Fernando Valls, Anagrama, 1998): Las primeras frases deben despertar la atención de lector.

Si alguien consigue -porque no es fácil encontrar sus obras- leerlo, que lo haga. Y supongo –y puedo equivocarme- que luego le será difícil entender que se reedite Lo peor de todo y no Biografía de la Huida, que no paremos de fijarnos en Ray Loriga, y nada hay de malo en ello, y no sepamos siquiera quién es Josan Hatero. Constantino Bértolo sí lo sabe. De alguna manera él fue el principio de Hatero, otro tipo de principio.

He elegido el fragmento que sigue porque es una poética -su poética- del principio de todo cuento. Pertenece a Gente Extraña y lo encontré en una recopilación titulada Lo del amor es un cuento (Vol. II, Ópera Prima, 1999) aunque también está incluido en Cuentos de amor (Páginas de Espuma, 2008).

Toda historia tiene un comienzo o no es una historia. Pero un comienzo no es necesariamente un punto de partida. A menudo una historia es en su conjunto un punto de partida, la suma de una serie de detalles cuyo producto la narración convierte en una revelación que marca un antes y un después. La descripción de esa revelación pasa a ser propiedad de quien la lee, y por tanto, a esa persona corresponde otorgarle un significado o no hacerlo. Esta es una de esas historias.

Nota: La fotografía es de Susana Iniesta y la obtuve en EL PAÍS.


sábado, 9 de mayo de 2009

Juantxu Rodríguez


A Patrick Soubel, un fotógrafo francés herido por la misma ametralladora y el mismo soldado que mató a Juantxu Rodríguez en Panamá, le pasaron la factura del coste de la operación, balas incluidas, una vez recuperado.
Alguien pensará, como lo piensa Carlos de Andrés, que la guerra es un negocio perfecto. Y la paz.
Pero yo me hice con el libro, no pensando en una muerte mediática (convertida en mediática por otros), sino en lo contrario: en las fotos que sin pretender cambiar el mundo intentan mostrar lo que sí podríamos cambiar el resto.
Fotografías a los parados, a los mendigos, a los yonkis chutándose junto a la vía, fotografías a los maketos, fotografías a los trabajadores y a los marginados de Portugalete, de Zorroza, de Baracaldo, de Sestao, de Santurce. Al fin y al cabo, Juantxu Rodríguez (1957, Casillas de Coria, Cáceres) era también emigrante en la ría de Bilbao. Luego marchó a Madrid: fotografías a boxeadores como Poli Díaz, a mendigos, al ocio juvenil en la Casa de Campo o Lavapies, a manifestantes, a travestis.
Aunque también fotografío personalidades. Personalidades en la U. I. Menéndez Pelayo de Santander, la personalidad del agonizante Salvador Dalí. Pero fue a Nueva York, y lo mismo: negros, Harlem y metro. Y, después, Panamá. Fin.
Y el epílogo: condecoraciones, el reconocimiento: En El Retiro, el Ayuntamiento de Madrid colocó un cubo de hormigón de 40 x 40 x 40 cm. A Carlos de Andrés le parece pequeño o, mejor dicho, poca cosa para lo que merecía. Yo he echado cuentas: 160 kilos. Mucho más de lo que un trabajador de los que aparecen en sus imágenes podría haber levantado sin ayuda.

El texto que acompaña al libro es de Carlos de Andrés.
El copiright de las fotografías es de Antonia Moreno Martín.
La traducción inglesa del texto que aparece en el libro es de Herrán Combs.

jueves, 7 de mayo de 2009

Anton Chéjov: Cuaderno de notas


Ferres. Usar a Navokov para hablar de Chéjov o usar a Chéjov para nombrar a Ferres no es lo que quiero, pero tampoco me importa quererlo; ambos tienen algo en común. Conmigo, quiero decir. Los dos últimos, quiero decir.
... todo lo que eran trabajos de construcción le fascinaban, porque en su opinión esa clase de actividad acrecentaba siempre la suma total de la felicidad humana. Eso dijo Nabokov de Chéjov.
Yo, en cierto modo, detesto el hormigón fraguado y la ferralla oculta en él. Pero también me gustan; me fascinan, en este caso. La piqueta, de Ferres –que vuelve a editarse por Gadir-, contiene lo contrario de la construcción: la demolición, y una cita de Chéjov, claro: No son seis pasos de tierra lo que precisa el hombre, ni una comarca, sino el globo terrestre entero y la naturaleza en su plenitud… Una frase que he reconocido al vuelo y que he entendido mejor en la versión o en la traducción del francés en Cuaderno de Notas.
Me sentí bien al reconocerla. Así que, acostado, luz de flexo, sábanas frías, sueño de muerte, me dije: aquí están la pasta, el ladrillo, la plomada, el cordel húmedo y los escombros que se guardó Chéjov.


Los campesinos, que trabajan más que los demás, jamás usan la palabra “trabajo”.

No existe una “ciencia nacional”, del mismo modo que no existe la tabla de multiplicar nacional; lo nacional no tiene nada que ver con lo científico.

El hombre sincero tiene razón.

Si alguien elige una ocupación que le es ajena, el arte por ejemplo, se vuelve infaliblemente un funcionario.

Así como incomoda preguntarle a un preso por qué fue condenado, nos incomoda preguntar a un millonario de qué le sirve todo su dinero…

Que las generaciones futuras alcancen la felicidad: pero, eso sí, sin dejar de preguntarse qué ideales tuvieron sus antepasados, en nombre de qué sufrían.

-Un hombre no necesita más de tres metros de tierra.
-Yo no diría el hombre, sino su cadáver. El hombre necesita la tierra entera.

Hay escritores cuyas obras por separado, nos parecen brillantes, pero en conjunto apenas si nos impresionan. Por el contrario, en otros casos, un solo libro no nos sugiere nada en particular, pero el conjunto de las obras nos parece límpido y brillante.

En arte, el público aprecia todo lo que es banal y conocido desde hace mucho tiempo, todo aquello a lo que se ha acostumbrado.

La universidad desarrolla todas nuestras capacidades, incluso la idiotez.

…si todos los habitantes se vuelven zapateros, ¿quién va a querer que le hagan botas?

¿Por qué no pintamos más que personas débiles, quejosas y pecadoras, cuando quienes nos aconsejan pintar sólo gente fuerte, sana e interesante no piensan sino con ellos mismos?

Solo cuando es infeliz el hombre abre los ojos.

Cuando estamos sedientos tenemos la impresión de que podríamos beber el mar entero: eso es la fe. Pero cuando comenzamos a beber, sólo podemos tomar uno o dos vasos: eso es la ciencia.



Notas:
La traducción y el posfacio es de Leopoldo Brizuela.
La introducción es de Vlady Kociancich.
El texto de Navokov pertenece a Curso de Literatura Rusa (Bruguera,1984)
La frase de Chéjov la rescaté de La piqueta (Viamonte, 2002)
La fotografía es de Santi Burgos, y aparece en EL PAÍS.

domingo, 3 de mayo de 2009

Lucette Destouches y Véronique Robert: Céline Secreto


Unos apuntes sobre un libro que se lee suave como un cuchillo afilado que raspa mantequilla tibia y salada. Más o menos, esa me parece la relación que equilibraron Céline y Lucette Destouches. Esta es, entonces, la biografía sincera de un cuchillo contada por una barra de mantequilla. Confidencia sin confitura. Un libro que ella podría haber titulado Lucette secreta, porque todavía lo es más que Céline.



Sé que si personalmente tengo algún interés es porque, un día, mi vida vino a coincidir con la de Céline […] Si lo comparásemos con una función teatral […] diría que se trata de una […] simple sirvienta, no de un papel protagonista.

Los sentimientos humanos no se pueden fabricar, sino que se tienen sin saber por qué […] Entre nosotros hubo una atracción física muy fuerte y, luego, nos convertimos en cómplices.

Desconfío de los sentimientos amorosos que se manifiestan demasiado. Las palabras lo estropean todo.

La primera guerra había partido por la mitad a un hombre, dejándole con un solo oído, un solo brazo y una cabeza en ebullición. La prisión acabó con él [...]
A partir de un grado de sufrimiento, el soporte que son las palabras se desploma y no queda nada que decir.
Lo mismo que les sucede a los verdaderos pobres, que nunca se quejan, no piden nada y se esconden.

Céline solía decir: “Entre un actor que representa a Napoleón y Napoleón, solo uno es Napoleón”.

Céline era, ante todo, un artesano. Construía un barco que fuese capaz de navegar y eso era todo. No le importaba lo que pudiera hacerse o decirse […] Las expresiones propias de los literatos representaban lo que él más detestaba. Todo lo encontraba ridículo: “Yo te hago un favor y tú me haces un favor. Yo te adulo y tú me adulas…”

Hoy, mi posición acerca de sus tres panfletos […] es muy firme […] He prohibido su reedición […] Tengo claro que a largo plazo ya no podré hacer nada.

Le gustaba mucho que le contase mis conversaciones con los taxistas. Para él, la vida estaba en eso.

Nunca quiso que dependiera de él. Me decía. “Cuando no se tiene dinero, no se tiene derecho a abrir la boca”.

Desde siempre sometía a mi opinión cada frase, leyéndome lo que acababa de escribir. Yo era la única auditora de su trabajo y he conservado en el oído la música tan
jazzy que emanaba de él.

Todo lo que se diga de Céline son pintadas en un muro, pero el edificio se mantiene en pie.


Notas:
La fotografía es de Bernard Lipnizki y se puede visitar en el enlace http://www.roger-viollet.fr/

La traducción es de José María Solé Mariño.