jueves, 5 de marzo de 2009

Guy de Maupassant: Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert


Copia. Esa palabra persigue mi cabeza cuando me siento delante del ordenador, o cuando es hora de levantarme. A veces, me pregunto qué función tiene este blog. No será única -si es que la tiene- esa función, supongo. Al menos, el siguiente texto de Walter Benjamin (Dirección única, Alfaguara) me va a servir para hablar de una de las posibles. Quizá la palabra adecuada no sea función sino consecuencia: La fuerza de una carretera varía según se recorra a pie o se sobrevuele en aeroplano. Así también, la fuerza de un texto varía según sea leído o copiado. Quien vuela, sólo ve cómo la carretera va deslizándose por el paisaje y se desdevana ante sus ojos siguiendo las mismas leyes del terreno circundante. Tan solo quien recorre a pie una carretera advierte su dominio y descubre cómo ese mismo terreno, que para el aviador no es más que una llanura desplegada, la carretera, en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanías, miradores, calveros y perspectivas como la voz de mando de un oficial que hace salir a los soldados de sus filas.

A partir de aquí, y en varias líneas (copiadas), algunas de las que Maupassant escribiera sobre su amigo y maestro antes de que aquel, en palabras de Alberto Savinio, se convirtiera en “el otro”:

Gustave Flaubert (1884)

Leer. Gustave Flaubert fue todo lo contrario de un niño prodigio. Aprendió a leer con gran dificultad. Y apenas había aprendido cuando entró en el liceo, a la edad de nueve años.

Hablar. En lugar de exponer la psicología de los personajes mediante disertaciones explicativas, la hacía sencillamente aparecer por sus actos. De este modo las interioridades eran desveladas por las manifestaciones externas, sin que mediara ninguna argumentación psicológica…los hechos mismos hablan.

Palabras. Las palabras tienen alma. La mayoría de los lectores, e incluso de los escritores, sólo les piden un sentido. Es necesario encontrar esa alma que aparece al contacto con otras palabras, que aparece e ilumina determinados libros con una luz desconocida, muy difícil de hacer brotar.

Salirse del molde. No imaginaba los “estilos” como una serie de moldes particulares…: Flaubert creía en el estilo, es decir, en una manera única, absoluta, de expresar una cosa con todo su colorido y toda su intensidad.

Una prueba que acabo de hacer. “Una frase es viable –solía decir- cuando se adecua a todas las necesidades de la respiración. Sé que es buena cuando puede ser leída en voz alta.” “Las frases mal escritas…no resisten esta prueba, oprimen el pecho, interfieren en los latidos del corazón y se encuentran de este modo fuera de las condiciones de la vida.”

El ojo y el espejo en Croisset (Rouen). Su gabinete tenía tres ventanas…que daban al jardín y dos al río…A los marineros, desde el río, las ventanas del “señor Gustave” les servían de faro.

Gustave Flaubert (1890)

Maupassant. No cabe duda de que yo le traje a la memoria su juventud desaparecida.

Juventud. Se hizo de día y todavía no había acabado. Las últimas cartas eran aquellas recibidas en su juventud… “Todo eso era –dijo- el montón que no quise ni clasificar ni destruir…”… Mientras yo seguía pensando. “He aquí una vida, una gran vida; es decir, muchas cosas inútiles que quemamos, el indiferente pasatiempo de cada día, algunos recuerdos especiales de hechos vividos, de hombres conocidos, de ternuras íntimas de familia, y una rosa marchita, un pañuelo y un zapato de mujer.” Eso es todo lo que tuvo, todo lo que vivió, todo lo que probó.
Notas:
La traducción y el prólogo son de Manuel Arranz.
La imagen de Maupassant pertenece a la Agencia EFE