martes, 21 de diciembre de 2010

Antonio Jiménez Morato: Lima y limón.




En una de sus crónicas, Lobo Antunes confesó que Rabos de lagartija le había tirado a la lona. La frase exacta era: Cualquier gran libro nos tira a la lona y le quedamos agradecidos por ello.
Si soy honesto, ahora debería decir que en este blog no han aparecido reseñas porque no sé o porque no sé hacerlas sin volverme impresionista, sin hablar de mí. De paso, también, porque únicamente logro serlo cuando un libro me deja K.O.
Hace unos días Antonio me regaló un Lima y Limón, el libro que se plantea las diferencias entre los parecidos, se pregunta por qué te puedes enamorar de la hermana gemela de alguien y de su idéntica no, por qué la lima no y el limón sí.
Estuvimos charlando un rato, bebiendo frente a una mesa llena de vino y paté sin untar. Como le considero alguien que siempre podrá ser mi maestro, le conté algunas cosas de mis lecturas. Entre otras, traté de explicarle lo que supuso Lobo Antunes para mí, y lo mucho que me costaría ahora leerle. El problema podía ser, según le parecía, que Antunes se hubiera convertido en la parodia de sí mismo. Quizá.
Peor es que seas tú el que se convierta en la parodia de ti mismo tratando de leer a Lobo Antunes. Exactamente es esto lo que me ocurre ahora cada vez que lo intento: su grandilocuencia turboalimentada se me atraganta.
La conversación giraba en torno a Portugal, en torno a sus últimas colonias recién perdidas y en torno a mí. En torno a mí era en torno a cómo habían llegado mis hijos cuando trabajaba en Portugal sin estar preparado para ellos, ni por asomo. Para no ser demasiado explícito, le dejé caer que posiblemente autores como Maximiliano Barrientos me iban a permitir volver a Portugal sin máscaras.
Tanto Barrientos como Antunes me habían llevado a la lona en un momento o en otro. Pero no me acordé de ellos leyendo Lima, me acordé de El agrio de Valérie Mréjen, que también lo hizo, eso es lo de menos.
En el fondo, lo vuelvo a decir de otra manera, leer se reduce a un desafío. Y para que un libro te lleve a la lona es necesario que alguien se haya levantado de ella para escribirlo. Te das cuenta de eso en cuanto terminas Lima y Limón. Yo, sin saber que al cabo de dos horas iba a caerme, lo empecé tumbado en la cama de uno de esos hijos que siempre me rondan.


La fotografía es de John Kolesidis. Aquí

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo te reseño, tú me reseñas, nosotros nos reseñamos. Perdona que no me lo crea.

Manuel Abacá dijo...

Perdonado, cómo no.