lunes, 30 de abril de 2012

Encuesta para El síndrome Chéjov

Hace unas semanas, Miguel Ángel Muñoz me preguntó (o quise entenderlo así) por los libros de relatos que había leído en los últimos cinco años. Y le contesté de la mejor manera que supe: sin mucho cuento.


En cinco años, probablemente he cambiado yo más como lector que el tipo de libro publicado recientemente. Algo, por otra parte, que no estoy en disposición de analizar porque, entre otras faltas, me faltan lecturas. Me temo que muchas más que entonces, y ya eran. Así que, siendo consciente de mi probable poca puntería, trataré de explicar mi interés actual y algunos libros que lo han llamado.

Si hay algo común en mis lecturas es la relación de uno con su propia identidad y la que se establece entre la familia y uno mismo, entre la sociedad y uno mismo. En definitiva, leo sobre relaciones humanas. Con el entorno, conmigo, con mi familia o con personas y parejas con las que he podido ser susceptible de fundirme o formar una familia, un entorno o una sociedad. Por incidir en un tipo de relación que las integra a todas, la familia -como yo la concibo- es el escenario donde se sufre un aislamiento diario difícil de soportar pero que a la larga se convierte en la comunicación más sincera que cada uno vive. La ruptura de la propia familia, incluso eso, forma parte de la dificultad misma de esa comunicación e identidad de la que hablo.

En otro orden de cosas, últimamente me he decantado por algunos libros de relatos de escritura fragmentaria. Los fragmentos provocan en mi cabeza misterio, un estado de alerta que, junto a otras características, la tercera y la cuarta, el tono confesional y un ritmo adecuado, junto a la oralidad, que la realidad se cuente “como suena verdadera”, me resulta casi necesario para leer concentrado. En fin, es una visión particular que no intenta convencer ni alumbrar a nadie.

No puedo asegurar que estas premisas las cumplan muchos de los libros de cuentos publicados en estos últimos cinco años. Tiendo a pensar que no y, no obstante, puedo y quiero confundirme. He encontrado un par de escritores que han publicado hace unos meses en España y que hasta entonces eran muy difíciles de leer aquí. Son dos escritores que me descubrieron lo íntimo que subsiste en las situaciones más privadas, separándolo perfectamente de lo escatológico: Uno de ellos es Maximiliano Barrientos que ha publicado Hoteles y Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer en Periférica y el otro es Rodrigo Hasbún, el autor de Los días más felices (Duomo).

Ramón Lluís Bande en Las habitaciones vacías (Caballo de Troya) llega a veces a ese tono confesional, como lo hace Josan Hatero en una novela que se llama La piel afilada (Alfaguara) y que en un cuento publicado anteriormente y titulado La camarera japonesa anunciaba para mí lo mejor de ella. Por último, Trescientos días de sol (Xordica), de Ismael Grasa, es un libro que siempre releeré, aunque no tenga nada de fragmentario ni tono confesional porque contiene una relación conflictiva con una sociedad que nos fuerza a ser de una determinada manera. Me dejo Ropa tendida (Xordica) de Eva Puyó, me dejo a Kjell Askildsen entero, me dejo muchos libros que me hicieron cambiar respecto al tipo de cuento que leía y disfrutaba entonces.

Junto a muchos otros, anteriores y posteriores, el post completo lo puedes ver en El síndrome Chéjov.

La fotografía es de Chus Sánchez.

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