Después de todo, es lo que yo digo que el dinero no vale nada; lo que compras sí.
William Faulkner - El ruido y la furia
La traducción es de Ana Antón-Pacheco
Después de todo, es lo que yo digo que el dinero no vale nada; lo que compras sí.
William Faulkner - El ruido y la furia
La traducción es de Ana Antón-Pacheco
A mi juicio, Aldecoa es más grande
cuanto más pequeño escribe.
[…] En cuatro páginas, Aldecoa
infunde aliento a seres de verdad —como los segadores de su relato Seguir de
pobres— o plantea problemas serios, sin acritud, es cierto, pero con firmeza.
Por otro lado, el esmero, la pulcritud de su estilo, hallan su cabal eficacia
en estos relatos breves donde tan sólo se aspira a apresar un tipo o la fugacidad de un instante.
[…] Esta maestría de Aldecoa en el relato
corto, la seguridad con que se mueve dentro de él, le indujo, indudablemente, a
construir sus primeras novelas sobre la base de acumular a lo largo de un
sutilísimo hilo argumental una serie de anécdotas y descripciones ambientales
que por sí solas constituyen valiosas narraciones independientes. Sus
dos primeras novelas son novelas desmembradas o, para mejor entendernos,
descuartizadas.
[…] No obstante, en las novelas de
largo aliento de Aldecoa, y en particular en Gran Sol […] hay, para mí, cierto
exceso de literatura: una morosidad faulkneriana (que en Faulkner es connatural,
pero en Aldecoa estudiada), un deleitoso paladeo de vocablos.
[…] Así, los vocablos marineros
de Gran Sol se presentan amontonados, traídos por los pelos. Se ve
enseguida que el autor no los domina, ni siquiera los conocía. Los aprendió
para esta ocasión y esa provisionalidad, ese estar prendidos con alfileres, se
echa de ver en el libro.
Miguel Delibes — España 1936-1950: Muerte y resurrección de
la novela.
La fotografía es de Teodoro Naranjo
Quiere uno decir, más o menos,
que literatura es ver las cosas a través de otra cosa.
Literatura es ver las cosas a través de un
vino.
El vino de una inspiración, el vino de la imaginación, el vino de la memoria cuando menos. […]
Los socialrealistas. López Pacheco. Hacían la novela de la mina, pero ahí está la mina, que siempre es mejor. […]
Si la realidad es siempre superior al realismo, solo queda el cinismo […] o el arte/arte que ya no quiere imitar/superar la naturaleza. Los socialrealistas, siendo tan rojos, habían caído en el vicio burgués de imitar la naturaleza para tenerla en casa —cuadros y libros—, que siempre es más cómodo. La novela de la fábrica. Ahí está la fábrica, que de todos modos resulta mejor y más convincente. Si lo que querían era dar testimonio, el testimonio lo da mejor un informe macroeconómico.
El socialrealismo no era revolucionario, sino solamente antifranquista y notarial. Para arrojar al rostro de la dictadura una realidad agresiva tendrían que haber visto esa realidad modificada por el color violáceo de un porrón de vino, como yo veía Madrid. El porrón me enseñó que yo nunca iba a ser socialrealista, lo que me valdría a su vez que nos cafés literarios me llamasen señorito, y también en algunos periódicos de provincias que viene a ser la misma cosa provinciana. Cela no hace socialrealismo porque Cela es un escritor de estilo. […]
El estilismo no está en las palabras sino en la manera de usarlas. Por eso Cela no procede del desvencijado Baroja (aunque él lo dijese para borrar sus huellas), sino del acendrado Valle. Delibes tampoco era socialrealista, por las mismas razones. Yo no tenía muy claro a quién admiraba o seguía Miguel, pues que tampoco él lo decía claro, ni se deduce de su obra, pero el estilo manda en él más que nada, y eso lo descalifica con socialrealista, pese a los temas, y le califica como gran escritor de asuntos y prosas.
El que había conseguido la síntesis estilo/asunto, prosa/compromiso (todavía decíamos engagement de la lectura de Sartre) era Ignacio Aldecoa. […]
Me habían enceguecido sus prosas
de aquella revista, sus libros de cuentos, Víspera del silencio (de
donde quizás salió Tiempo de silencio), su síntesis conseguida, al fin,
mejor incluso que en los italianos, entre la denuncia social y la calité/calité,
como un Baroja que supiera escribir, sin caer jamás en el ciclostil retórico.
(Como un Baroja que hubiese leído y estudiado Hemingway, cosa que, naturalmente
no había hecho Baroja) Ignacio Aldecoa se había mirado Madrid, primero a través
de un porrón de vino —Madrid cárdeno— y luego a través de un vaso de whisky: Madrid
de oro tostado y falso.
Ignacio era un escritor
Francisco Umbral — Trilogía de
Madrid.
La fotografía es de Javier Campano
Me pregunto si recuerda el último consejo que me dio. Fue durante la exuberancia de esos años veinte frenéticos y ricos; yo salía al mundo para intentar convertirme en escritor.
Usted me dijo: «Te costará mucho tiempo y no tienes dinero quizá lo mejor fuese que te marcharas a Europa»
«¿Por
qué?»
pregunté.
Porque en
Europa la pobreza es una desgracia, pero en los Estados Unidos es una vergüenza.
No sé si podrá soportar la vergüenza de ser pobre.»
No mucho después de esto llegó la Depresión. En esa época todo el mundo era pobre y ya no significaba una vergüenza. Así que nunca sabré si lo hubiera podido soportar. Pero, ciertamente, tenía usted razón acerca de algo, Edith: me costó mucho tiempo, muchísimo tiempo. Y aún continúa siendo así y jamás se ha hecho más fácil. Usted me lo había advertido.
[De una carta a Edith Mirrielees, 8 de marzo de 1962]
Esther García Llovet — Gordo de
feria
Mi objetivo era brindar un libro
a la gente de casa, un libro sobre «nosotros», no sobre «ellos»,
un libro en el que los lectores de las montañas pudiesen por fin reconocer su
cultura sobre el papel, con un lenguaje que pudiesen entender, sin
condescendencia. Quería escribir un libro que reflejase la dureza en las
montañas, pero sin perseverar en las mentiras más difundidas. Mi tarea era
similar a la de otros escritores que no forman parte de la vida americana
dominante y cuya cultura se ve distorsionada a diario en los medios populares. Estoy
hablando de los escritores negros, latinos, asiáticos, nativos-americanos y gais.
He leído sus obras con voracidad en un intento de imitar el modo en que echan
mano de la narrativa para lidiar con la opresión, el prejuicio y la escasez de
oportunidades.
Chris Offutt - Kentucky seco
La traducción es de Javier Lucini.
Karl Ove Knausgård - La importancia de la novela
La traducción es de Kisrti Baggethun y Asunción Lorenzo.