martes, 1 de enero de 2019

Gentrificación de los rebaños




     Después de atender durante unos minutos, reconocí que la maldita profesora creía que éramos demasiado bobos y carentes de imaginación como para llegar “a hacer algo con nuestras vidas”. Nos pinchaba, instándonos a alzarnos por encima de nosotros mismos. Éramos demasiado tontos como para querer salir de aquel lugar de sucios trabajos sin futuro y costumbres provincianas de mente estrecha. No había nada allí para nosotros, debíamos abrir los ojos y verlo. A su juicio, dejar pronto la escuela para ponerse a trabajar con las ovejas era más o menos lo mismo que ser idiota.




     La idea de que tanto nosotros como nuestros padres y madres podíamos ser gente inteligente, trabajadora y orgullosa que se dedicaba a algo que merecía la pena, algo que podía ser incluso admirable, se le escapaba. Para una mujer que creía que el éxito se demostraba a través de la educación, la ambición, el afán de aventura y la ostentación de los logros profesionales, nosotros debíamos de constituir un grupo bastante pobre. No recuerdo que nadie mencionara alguna vez la palabra universidad en aquella escuela; de todas formas nadie quería ir: quienes se marchaban dejaban de pertenecer a aquel lugar, cambiaban y nunca podían regresar del todo, eso lo teníamos bien claro. 




     La escolarización era una "salida", pero ninguno queríamos tomarla, ya habíamos elegido. Más tarde llegaría entender que las comunidades industriales modernas están obsesionadas con la importancia de "ir a alguna parte" y de "hacer algo en la vida". Lo que queda ahí implícito es una idea que he llegado a aborrecer: que permanecer en la comunidad local y desarrollar un trabajo físico no tiene mucho valor.   

James Rebanks - La vida del pastor.

Traducción de María Serrano y fotografías de Carlos Cánovas.

No hay comentarios: